Nacido un 8 de enero. Bajo el signo de capricornio. Debería ser un tipo racional, medido.
Aún es un niño. De orejas gigantes, similares a un terciopelo importado. La cola de 40 centímetros y de una fuerza descomunal.
9 kilos de pura fibra. Hocico extraño. De cazador dice el manual de instrucciones.
Bautizado bajo el nombre de Bruno Alberto, como la sonora, como un ex gobernador de Santiago. Como debería llamarse un perro salchicha de gran estirpe y tradición de campeones. Aunque suelo pensar que me tocó el más boludo de la jauría.
De color dogo de Burdeos. De ladrido de perro malo e increíble agilidad para trepar a mis brazos y atacar sus contrincantes.
Apodado “La Salchicha”, pequeño, orejas, amor mío o huevón cuando orina en la cocina y demás groserías según el espacio en que se mande una cagada.
“La Salchicha” no se parece en nada a mi antiguo ebrio con el que nos acompañamos 11 años. Sin embargo trazamos diálogos imaginarios maravillosos. En los que me grita que soy una mala madre por abandonarlo tantas horas, y le replico que mantenerlo es costoso, hay que sudar para conseguir los 63 pesos del alimento.
Con cierta pasión por pasearse dentro de la bañera. Gran esmero para orinarse encima cuando lo miro con odio. Pasión por despertarse a las 6 de la mañana y acosarme a hocicazos. Y cierta tendencia al cariño desmesurado. Mi mano derecha tipea, la izquierda debe deslizarse sobre su lomo, de lo contrario, tendré 9 kilos echados sobre la máquina. Y el monitor acusa ya cierto hartazgo a los lengüetazos del susodicho.
Y así andamos. Haciéndonos compañía. Tratando de que la cama sea menos grande. Charlando en idiomas extraños. Amontonándonos. El dibujándome sonrisas.
Aún es un niño. De orejas gigantes, similares a un terciopelo importado. La cola de 40 centímetros y de una fuerza descomunal.
9 kilos de pura fibra. Hocico extraño. De cazador dice el manual de instrucciones.
Bautizado bajo el nombre de Bruno Alberto, como la sonora, como un ex gobernador de Santiago. Como debería llamarse un perro salchicha de gran estirpe y tradición de campeones. Aunque suelo pensar que me tocó el más boludo de la jauría.
De color dogo de Burdeos. De ladrido de perro malo e increíble agilidad para trepar a mis brazos y atacar sus contrincantes.
Apodado “La Salchicha”, pequeño, orejas, amor mío o huevón cuando orina en la cocina y demás groserías según el espacio en que se mande una cagada.
“La Salchicha” no se parece en nada a mi antiguo ebrio con el que nos acompañamos 11 años. Sin embargo trazamos diálogos imaginarios maravillosos. En los que me grita que soy una mala madre por abandonarlo tantas horas, y le replico que mantenerlo es costoso, hay que sudar para conseguir los 63 pesos del alimento.
Con cierta pasión por pasearse dentro de la bañera. Gran esmero para orinarse encima cuando lo miro con odio. Pasión por despertarse a las 6 de la mañana y acosarme a hocicazos. Y cierta tendencia al cariño desmesurado. Mi mano derecha tipea, la izquierda debe deslizarse sobre su lomo, de lo contrario, tendré 9 kilos echados sobre la máquina. Y el monitor acusa ya cierto hartazgo a los lengüetazos del susodicho.
Y así andamos. Haciéndonos compañía. Tratando de que la cama sea menos grande. Charlando en idiomas extraños. Amontonándonos. El dibujándome sonrisas.
2 comentarios:
¿Y este bebe alcohol también? Me imagino que no le vas a enseñar eso.
Juanjo!, a este niño intento preservarlo de los vicios, pero ya aprenderá. Por lo pronto intento convencerlo que romper mis zapatos no es una buena idea. Gracias por leer. Besos!.
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