5 de enero de 2009

Plásticas



Cruzó el océano buscando borrar líneas. En el cuarto contiguo la traicionada curaba el desengaño con un par de tetas nuevas y una lipo de paso.
Las cicatrices de la cirugía parecen mínimas, dando paso al placer absoluto de 15 años menos y una revancha hacia el engaño.
La europea despertó dolorida de una anestesia de cinco horas, con dos cortes detrás de las orejas y algunos puntos mágicos en sus ojos. La imagen que le devolvía el espejo era una barrabasada, sin embargo estaba embargada de tal felicidad ante la espera de los resultados que llegarán en hasta seis meses.
Quien las observaba hacía ecuaciones que incluían deseos, realidades, necesidades y al final, estética. No las juzga, sólo se sorprende.
La sorpresa remite al elegir sentir dolor, al elegir pasar postradas por semanas.
Quien observa, plagada de imperfecciones estéticas, sólo se pregunta si es necesario. Si lo sano no remite a aceptarse, que nada tiene que ver con la resignación.
También se pregunta si el beneficio es propio o sólo es un maquillaje más para el espejo de lo social, que mira y critica, pero jamás aplaude, a lo sumo se ríe… sólo si el pedo sonó fuerte.
Y las plásticas de sonrisas dibujadas, tetas quinceañeras, pululan desfilando ese cuerpo tallado a bisturí. Ya las hijas no se parecen a sus madres, a menos que lleven su foto al cirujano.
Y quien observa no pretende cuestionar el trabajo de perfección de este artesano moderno. Sólo se pregunta si es necesario.
Las tetas son una belleza. Las turgentes de las jóvenes y las alicaídas de las madres. Las arrugas hablan de haber vivido, de haber reído, reflexionado. Son marcas que manifiestan expresiones repetidas.
El cuerpo es un lienzo, quien observa se pregunta, porqué convertir el lienzo en carne de bisturí. Sólo se pregunta si es necesario.
El marido de la engañada no volverá. No se fue porque sus tetas se pusieron tristes y bajaron la vista. La traicionada no valdrá más ahora que la amante elegida.
La sociedad no aplaudirá la actitud de la traicionada ni lo vivirá como superación.
Dos látex importados invadiendo el cuerpo no debería ser festejado ni buscado.
Y las plásticas se pasean con soberbia ante las cicatrices ganadas. Cuando la ganancia debería ser el llevar con orgullo los cambios de un cuerpo que se muere mientras otras características nacen y se perfeccionan.
Después del quirófano vienen los hematomas, las incomodidades, las cremas, el conocer un rostro que no les pertenece, un cuerpo que quería tener 85 de contorno y ahora se despierta con 95 centímetros de látex.
Y lo plástico se impone, se usa. Las tendencias hablan de vanagloriar un cuerpo con formas de revista.
Y quien observa anonadada a la europea, a la traicionada que oyó gritar ante el abandono, se niega rotundamente a abandonar su nariz sin forma por algo simétrico. Se niega a despertar en un cuerpo armado que le es ajeno.
Los médicos deberían ser la última alternativa, no los creadores de dolencias.
La coquetería y el ignorar los estragos del transcurrir del tiempo, parece no tener precio.
Quien escribe desea que su abuela no parezca su hermana. Desea ver bustos que respondan a la gravedad. Quiere ombligos que recuerden la parte primera de la vida, no un asterisco dibujado en el vientre.
Quiere que la europea siga siendo bella, mostrando al espejo social que en sus 50 años sonrió, lloró, gritó. Quiere que la traicionada cure el desengaño en un abrazo.
Y mientras esas dos se relamen las nuevas heridas, otras planean la perfección dibujando frente al espejo, otras despiertan conociendo un nuevo rostro. Cuando un sentimiento jode el cuerpo pesa, pero ¿es necesario agregar más dolor al ya instaurado?.

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