Fue una visionaria. Hace más de 40 años descubrió que un marido puede ser un estorbo.
Aquella vez que él decidió obnubilarse con una extraña, lo dejó ir. Pero jamás regresar.
Los recuerdos de mi niñez se suicidaron, sin embargo ella sobrevivió. Y me veo, 20 años atrás zurfilando ruedos que ella cosía. La veo poniendo empeño, intentando enseñar tejar a esta zurda bruta. Y me convirtió en ambidextra.
Ella quería ser periodista, pero sin marido, 4 hijos y en siglo pasado, era una utopía.
El primer botón que cosí fue simple iniciativa de ella. El primer libro que conocí era de ella. Eso sí recuerdo: el perfume que habitaba entre esas hojas amarronadas. Hoy no me resulta extraño encontrarme con la cabeza entre viejas páginas buscando ese recuerdo.
Los momentos de castigo eran maravillosos. Porque Matías (mi primo) me escupía y yo iracunda (atributo que aún conservo) enfurecía. Mi penitencia la pagaba en la biblioteca, Matías en el cuarto con videojuego.
La casa de mi Mamiemita era mi colonia de vacaciones. Sus hijos dividían las vacaciones de tal manera que ella tenga a sus seis nietos. A mi me tocaba la temporada con Matías (el guanaco) y Florencia (la hermana del guanaco).
Yo solía ser una niña seria, abstraída y boca sucia, según cuentan. Mi divertimento consistía en perseguir a mi abuela en sus quehaceres de ama de casa.
Siendo pequeña me regocijaba leyéndole “Selecciones” y “La Gaceta”.
Ella era una gran contadora de historias. De sonrisa pequeña y andar medido.
Mi abuela es ciega, sin embargo tiene la imagen de su casa perfectamente estructurada. Se mueve entre el recuerdo.
Por torpezas familiares estuvimos separadas once años. Cuando pude perdonar los errores de los adultos volví, siendo yo una adulta.
Hoy, mientras me mira sin verme le pido perdón en silencio por haberla privado de ver crecer a la nieta que más se le parece.
Mi Mamiemita siempre me recuerda las cosas que olvido de mi, porque ella no es de esas abuelas que cree que sus nietos son entes perfectos. Ella sabe que nos mandamos cagadas y cuando ocurre sabemos que llamará para recordarnos que las cosas feas pasan, que un nieto de ella se levanta, que aunque duela, hay que intentarlo otra vez.
Aquella vez que él decidió obnubilarse con una extraña, lo dejó ir. Pero jamás regresar.
Los recuerdos de mi niñez se suicidaron, sin embargo ella sobrevivió. Y me veo, 20 años atrás zurfilando ruedos que ella cosía. La veo poniendo empeño, intentando enseñar tejar a esta zurda bruta. Y me convirtió en ambidextra.
Ella quería ser periodista, pero sin marido, 4 hijos y en siglo pasado, era una utopía.
El primer botón que cosí fue simple iniciativa de ella. El primer libro que conocí era de ella. Eso sí recuerdo: el perfume que habitaba entre esas hojas amarronadas. Hoy no me resulta extraño encontrarme con la cabeza entre viejas páginas buscando ese recuerdo.
Los momentos de castigo eran maravillosos. Porque Matías (mi primo) me escupía y yo iracunda (atributo que aún conservo) enfurecía. Mi penitencia la pagaba en la biblioteca, Matías en el cuarto con videojuego.
La casa de mi Mamiemita era mi colonia de vacaciones. Sus hijos dividían las vacaciones de tal manera que ella tenga a sus seis nietos. A mi me tocaba la temporada con Matías (el guanaco) y Florencia (la hermana del guanaco).
Yo solía ser una niña seria, abstraída y boca sucia, según cuentan. Mi divertimento consistía en perseguir a mi abuela en sus quehaceres de ama de casa.
Siendo pequeña me regocijaba leyéndole “Selecciones” y “La Gaceta”.
Ella era una gran contadora de historias. De sonrisa pequeña y andar medido.
Mi abuela es ciega, sin embargo tiene la imagen de su casa perfectamente estructurada. Se mueve entre el recuerdo.
Por torpezas familiares estuvimos separadas once años. Cuando pude perdonar los errores de los adultos volví, siendo yo una adulta.
Hoy, mientras me mira sin verme le pido perdón en silencio por haberla privado de ver crecer a la nieta que más se le parece.
Mi Mamiemita siempre me recuerda las cosas que olvido de mi, porque ella no es de esas abuelas que cree que sus nietos son entes perfectos. Ella sabe que nos mandamos cagadas y cuando ocurre sabemos que llamará para recordarnos que las cosas feas pasan, que un nieto de ella se levanta, que aunque duela, hay que intentarlo otra vez.
4 comentarios:
Suerte que dejaste comentario en mi blog, asi fue como llegué acá y me encantó este texto tan bien escrito que sin quererlo me trajo muchos recuerdos de mi infancia.
Un beso grande
"Ella quería ser periodista, pero sin marido, 4 hijos y en el siglo pasado..." Lo fue un poco, a través tuyo, no? Lindo texto, Fer. Beso!
"Aquella vez que él decidió obnubilarse con una extraña, lo dejó ir. Pero jamás regresar."
Cuanto coraje y que buen sentido de la practicidad. Ella la tenia re clara.
Lindos pensamientos, los tuyos, para compartirlos con nosotros.
Beso.
Blonda: Siempre leo tu blog desde el silencio. Y me gusta festejar la infancia, así que es buenísimo si te pudo remitir a tus años de niña.
Gracias por lo de bien escrito.
Lore: Esa era la idea Lore. Yo me enteré que ella quería ser periodista después de recibirme, y sentí que ella estaba siendo en mí. Es que los grandes les meten en la cabeza ese tipo de cosas a los niños, entonces ahora siempre le digo que la culpa es de ella.
Besito y gracias Lore.
Rafa: Mi abuela es un ser muy práctico, me hubiese gustado heredar de ella esa practicidad en los vínculos. Un placer compartirlo.
Gracias también a Usted y beso.
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