Resulta que la humanidad entera carga cruces, a veces elegidas, en ocasiones heredadas. Resulta que X tiene un dolor de niña que aún siendo adulta no se lo banca. Según la señora que tenía un precioso diván (al que X jamás se asomó) X vive cada fracaso como el primero, cada pena la traslada al primer hecho doloroso de su vida y después de varias muchas sesiones con la señora esa, X se dio el alta y eligió vivir con su pena, esperanzada con que en algún momento cicatrizaría y caminando con mucho, mucho cuidado para que ningún hecho de su vida se parezca a ese primer suceso no elegido.
Pasaron quince años de aquel primer dolor, quince años en los que X creo cierta inmunidad, se ocupó de explicar a los que ama que no podría soportar un daño como aquel y huyó ante el simple presentimiento de que podría ocurrir. Quizás por eso sus amigos la cuidan tanto, quizás por eso tiene tan pocos amigos, quizás por eso duerme con dos perros, quizás por eso X elige el personaje que le ahorra el hablar de su vulnerabilidad intrínseca.
Y de andar con tanto cuidado hubo una noche en que conoció a un mengano al que amó y le explicó de aquel dolor, le contó de sus miserias, le pidió que no la hiera, a cambio le ofreció ser Fernanda, sin personaje y le dio todo (más un poquito que pidió prestado). Sin embargo, y también fue de noche, el mengano, que tanto promulgaba su amor por X, la lastimó. Él repitió paso a paso, quince años después, el primer dolor de X: “Hasta mañana mi amor, yo te elijo a vos” dijo el mengano y desapareció. Fue como cuando X tenía 11 años, cuando ser vulnerable lo vivía como un don, cuando no necesitaba personajes, cuando sentía que tenía todo en la vida, pero un domingo se despertó asustada, buscó a Nené*, que tanto promulgaba su amor por X, y encontró el placard vacío. Años después aprendió que eso se llama abandono. Algunos años más tarde se juró que no permitiría una herida por el estilo, simplemente porque no lo soporta. Hoy mira cómo las escenas se funden en un evento tortuoso que revienta el alma y confirma, una vez más, que nada duele tanto como el abandono.
Pasaron quince años de aquel primer dolor, quince años en los que X creo cierta inmunidad, se ocupó de explicar a los que ama que no podría soportar un daño como aquel y huyó ante el simple presentimiento de que podría ocurrir. Quizás por eso sus amigos la cuidan tanto, quizás por eso tiene tan pocos amigos, quizás por eso duerme con dos perros, quizás por eso X elige el personaje que le ahorra el hablar de su vulnerabilidad intrínseca.
Y de andar con tanto cuidado hubo una noche en que conoció a un mengano al que amó y le explicó de aquel dolor, le contó de sus miserias, le pidió que no la hiera, a cambio le ofreció ser Fernanda, sin personaje y le dio todo (más un poquito que pidió prestado). Sin embargo, y también fue de noche, el mengano, que tanto promulgaba su amor por X, la lastimó. Él repitió paso a paso, quince años después, el primer dolor de X: “Hasta mañana mi amor, yo te elijo a vos” dijo el mengano y desapareció. Fue como cuando X tenía 11 años, cuando ser vulnerable lo vivía como un don, cuando no necesitaba personajes, cuando sentía que tenía todo en la vida, pero un domingo se despertó asustada, buscó a Nené*, que tanto promulgaba su amor por X, y encontró el placard vacío. Años después aprendió que eso se llama abandono. Algunos años más tarde se juró que no permitiría una herida por el estilo, simplemente porque no lo soporta. Hoy mira cómo las escenas se funden en un evento tortuoso que revienta el alma y confirma, una vez más, que nada duele tanto como el abandono.
*Mi madre.
2 comentarios:
te quejas todo el tiempo
Nadie: Eso no es verdad. Podrías leer algunos post más y recién sacar conclusiones.
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