Hoy fue uno de esos días en los que te despiertan media hora antes de lo previsto. Días en los que te despabilan malas noticias. Que además te exigen llegar cuanto antes al trabajo. Día de mierda que le dicen.
Y cuando te consuelas con las muchas horas que aún quedan, la dieta te abandona. Esa factura de crema es como la manzana de los católicos, y este espíritu concupiscente cede a la tentación.
Fue uno de esos días en los que no hay que salir de la cama. Días en los que no hay trapos a mano para limpiar los anteojos, la balanza pesa lo que quiere y hasta la escuchas reír de placer, días en que se terminan los cigarrillos y en el kiosco del barrio sólo venden Le Mans.
Estimaba que en el diario el panorama viraría hacia el optimismo. Sin embargo en la entrada tenía la perorata de que soy una asesina serial, cual Petiso Orejudo, que mato a 6 millones de personas por convertirlos en fumadores pasivos. Y cuando mis últimas esperanzas comenzaban a armar las valijas, Cristina decide hacer sus anuncios a la hora que yo camino para dejar de ser gorda. Y a las 21,40 las ilusiones de componer el día se fueron a la mierda y me rendí al mal humor.
Y como si cenar triples de plástico embolsados con gérmenes, calorías y mugre, no fuese suficiente, en esta provincia con 43 grados produciéndome la gota gorda cortan la luz, para confirmar mi mala fortuna asomo el hocico a la vereda y en la cuadra, hay dos casas a oscuras, por supuesto, una de ellas es la mía.
Mi relajo consiste en prender el aire, escuchar música, y todo está directamente conectado a la energía eléctrica. A las 5 me espera el viaje indeseado a tuculandia y carezco de luz para bañarme, para dejar de sentir calor, para relajarme. La salchicha llora los 43 grados y como lazarillo se moriría de hambre, pues tengo que cargarlo para que no vuelva a caer por las escaleras.
Día de mierda, sin dudas ya no había soluciones.
Sin embargo las situaciones se pueden tornar en algo peor. Ya no podía descartar un terremoto e inclusive un maremoto en este desierto santiagueño. A falta de desastres naturales, tuve la visita de mosquitos caníbales aptos para sobrevivir con repelente en sus cuerpos. Y dormí con la salchicha pegada a la espalda, apantallándome con la bronca, prometiendo convertirme al catolicismo sino me dormía para llegar a la terminal.
Me desperté sudada, aturdida, mutilada. Me armé de esperanzas, suplicando que ahora, aquel martes de mierda no vuelva. Al menos por unos días.
Y cuando te consuelas con las muchas horas que aún quedan, la dieta te abandona. Esa factura de crema es como la manzana de los católicos, y este espíritu concupiscente cede a la tentación.
Fue uno de esos días en los que no hay que salir de la cama. Días en los que no hay trapos a mano para limpiar los anteojos, la balanza pesa lo que quiere y hasta la escuchas reír de placer, días en que se terminan los cigarrillos y en el kiosco del barrio sólo venden Le Mans.
Estimaba que en el diario el panorama viraría hacia el optimismo. Sin embargo en la entrada tenía la perorata de que soy una asesina serial, cual Petiso Orejudo, que mato a 6 millones de personas por convertirlos en fumadores pasivos. Y cuando mis últimas esperanzas comenzaban a armar las valijas, Cristina decide hacer sus anuncios a la hora que yo camino para dejar de ser gorda. Y a las 21,40 las ilusiones de componer el día se fueron a la mierda y me rendí al mal humor.
Y como si cenar triples de plástico embolsados con gérmenes, calorías y mugre, no fuese suficiente, en esta provincia con 43 grados produciéndome la gota gorda cortan la luz, para confirmar mi mala fortuna asomo el hocico a la vereda y en la cuadra, hay dos casas a oscuras, por supuesto, una de ellas es la mía.
Mi relajo consiste en prender el aire, escuchar música, y todo está directamente conectado a la energía eléctrica. A las 5 me espera el viaje indeseado a tuculandia y carezco de luz para bañarme, para dejar de sentir calor, para relajarme. La salchicha llora los 43 grados y como lazarillo se moriría de hambre, pues tengo que cargarlo para que no vuelva a caer por las escaleras.
Día de mierda, sin dudas ya no había soluciones.
Sin embargo las situaciones se pueden tornar en algo peor. Ya no podía descartar un terremoto e inclusive un maremoto en este desierto santiagueño. A falta de desastres naturales, tuve la visita de mosquitos caníbales aptos para sobrevivir con repelente en sus cuerpos. Y dormí con la salchicha pegada a la espalda, apantallándome con la bronca, prometiendo convertirme al catolicismo sino me dormía para llegar a la terminal.
Me desperté sudada, aturdida, mutilada. Me armé de esperanzas, suplicando que ahora, aquel martes de mierda no vuelva. Al menos por unos días.
4 comentarios:
Ouch, y, por ahiu fue martes 13.
:)
PRIIII
Faltaba que el pichicho te mee la espalda para completar la jornada.
Este post me gustó. Mi fluida la escritura.
Sweet Carolain: Siempre tengo un martes 13 en la semana. De pura dramática que soy. Gracias por venir ja.
Juanjo querido: Mi angelito es como una persona, por lo civilizado, sólo que con buenas intenciones. Volviste de tus vacaciones?
Alicia: "Este post me gustó", ¿acaso lo otros no?. Jajajaja. ¿Cómo habrás llegado hasta el blog?. La escritura no es mi fuerte, así que gracias.
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