Federica me recuerda a mi niñez. A “La abuela Caro”, aquella italianita que me adoptó como nieta y me bautizó con aquel nombre. La que me invitaba salame y hacía la ensalada como me gustaba a mi. La que deliraba en dormida y me despertaba con miedo al oírla. Aquella a la que le recomendaba ponerse de novia y se reía en su timidez añeja.
Mi abuela prestada, la que tejía los escarpines a crochet para mi pie número 40.
Ella siempre preguntaba por su Fede, porque no entendía el vínculo de amor odio que me unía a su nieta verdadera. Y se fue nomás sin saludarme.
Y suelo aferrarme a esos pequeños recuerdos que mi mente mezquina me deja. Lo repito a diario para no olvidarlo.
Cuando vi a ese pequeño pedazo de carne con pelos negros y atisbos marrones pensé que sería bonito recordarme siendo niña nombrando a la ahora pequeña salchichita que acompaña los sueños del caprichoso Bruno Alberto.
En definitiva, me compré otro perro y se llama Federica. Y aunque huyo de los estereotipos de solterona cada vez me aproximo más a ellos.
En breve instalaremos un frigorífico y comenzará la producción de salchichas. Hagan sus pedidos.
(La mancha negra con rasgos marrones es la Federica)
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