La muerte está tan segura de ganar que nos da toda una vida de ventaja. A esto, Luis no lo sabía.
La muerte lo engañó o ¿es que acaso toda una vida son veinte años?
Era domingo, 26 de agosto, cuando la muerte resultó vencedora.
Luis creía que tenía ventaja, por eso el sábado se emborrachó y no se puso el cinturón. Ella, toda una señora, le puso el pie como una niña traviesa. El auto volcó.
La muerte hizo trampa. Luis estaba dormido, no le permitió defenderse de la travesura. Ni siquiera le dio la oportunidad de llegar al hospital. Para no sentirse una asesina, hizo que el auto lo empujara hacia ella.
Es una señora cobarde o una niña inocente. Le gusta jugar a las escondidas, porque sabe que el triunfo es siempre para ella.
Luis estaba muy bien escondido, pero todos los sábados la provocaba. Le apasionaba hacerla renegar, se reía ante cada batalla que le ganaba. Quien se ríe ahora es ella. Se vengó.
Adentro de la caja de madera estaba Luis, incómodo. La caja era demasiado pequeña. Tenía una cruz plateada, para que todos creyeran que no estaba solo. Pero además de solito, no tenía luz y estaba encerrado.
La muerte se puso su mejor vestido. Se paseaba orgullosa por la victoria obtenida. Los ojos hinchados la observaban. Nadie quería que esté allí, nadie la había invitado.
Toda la sala tenía su olor, que es el de los claveles. Luis odiaba los claveles. Ella lo sabía, por eso los llevó.
En el velorio, el silencio era tal que se oían los suspiros de las lágrimas reprimidas. Un espeso charco de gotas de mar decoraban la caja.
Era domingo. Luis seguía dormido. Nadie se atrevió a despertarlo de su lento sueño sin emociones.
Aunque todos veían la caja, nadie lo creyó. El lunes el diario le mostró la realidad a los incrédulos: “Fatal accidente por el vuelco de un automóvil. La víctima fue identificada como Luis Ariel Canduci…”. Ella, a los lejos, se reía. Luis estaba triste. La niña disfrazada de señora, le ganó.
La muerte lo engañó o ¿es que acaso toda una vida son veinte años?
Era domingo, 26 de agosto, cuando la muerte resultó vencedora.
Luis creía que tenía ventaja, por eso el sábado se emborrachó y no se puso el cinturón. Ella, toda una señora, le puso el pie como una niña traviesa. El auto volcó.
La muerte hizo trampa. Luis estaba dormido, no le permitió defenderse de la travesura. Ni siquiera le dio la oportunidad de llegar al hospital. Para no sentirse una asesina, hizo que el auto lo empujara hacia ella.
Es una señora cobarde o una niña inocente. Le gusta jugar a las escondidas, porque sabe que el triunfo es siempre para ella.
Luis estaba muy bien escondido, pero todos los sábados la provocaba. Le apasionaba hacerla renegar, se reía ante cada batalla que le ganaba. Quien se ríe ahora es ella. Se vengó.
Adentro de la caja de madera estaba Luis, incómodo. La caja era demasiado pequeña. Tenía una cruz plateada, para que todos creyeran que no estaba solo. Pero además de solito, no tenía luz y estaba encerrado.
La muerte se puso su mejor vestido. Se paseaba orgullosa por la victoria obtenida. Los ojos hinchados la observaban. Nadie quería que esté allí, nadie la había invitado.
Toda la sala tenía su olor, que es el de los claveles. Luis odiaba los claveles. Ella lo sabía, por eso los llevó.
En el velorio, el silencio era tal que se oían los suspiros de las lágrimas reprimidas. Un espeso charco de gotas de mar decoraban la caja.
Era domingo. Luis seguía dormido. Nadie se atrevió a despertarlo de su lento sueño sin emociones.
Aunque todos veían la caja, nadie lo creyó. El lunes el diario le mostró la realidad a los incrédulos: “Fatal accidente por el vuelco de un automóvil. La víctima fue identificada como Luis Ariel Canduci…”. Ella, a los lejos, se reía. Luis estaba triste. La niña disfrazada de señora, le ganó.
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