Cuánta soledad habrás sentido. Cuánta desazón. Millones de “quizás” se me ocurren desde que me enteré de tu muerte.
Te grité hasta el cansancio que esto podía ocurrir. Te conté tantas veces de mi miedo con respecto al fin de tu vida.
Me niego a recordarte, sin embargo tantos objetos de la casa me remiten a vos.
Hoy, mientras me imaginaba torpemente preparando una cena, intentaba recordar cómo lo hacías. Y la imagen me llevó a tu cara y por un pequeñísimo momento recordé lo feliz que me hacías en pequeñísimos tiempos.
Desde que dijeron que el muerto eras vos no me permití llorar. Yo ya no te esperaba. No tenía porqué llorar.
Sentí paz al saber que ya no debería tener miedo de tus amenazas. Sin embargo el domingo parece ser un buen día para sentirme triste. Aunque me duele saber que fuiste tan mío y con el suicidio te llevaste una parte de mi.
Estoy tan enojada conmigo por haberte querido, y con vos por haberme lastimado, que aún no puedo acomodar los sentires.
4 comentarios:
Fer, amiga, hay que llorar, siempre hay que llorar, aunque los recuerdos no sean gratos. Cuando uno está triste tiene que sacarlo, sino la tristeza te inunda y no se va nunca más. Aliviesé, amiga, que usted se lo merece.
Hoy lector silencioso… pero prensente.
Te acompaño, Fer. Un abrazo fuerte fuerte.
Gracias gente. A los que dejaron comentarios y a los silenciosos. Es muy útil el consejo, la presencia y el acompañamiento.
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