9 de diciembre de 2010

Dulce navidad.

Diálogo que intentó entablar Boly (mi querido proegenitor):

Boly: Mañana voy a comprar un árbol.

Mi persona: (se vive quejando de que los árboles le queman el césped, para qué carajo queremos un árbol que sólo será trabajo para el jardinero). Mirada de: De qué estás hablando?.

Boly: Un árbol de navidad voy a comprar.

Mi persona: (Está ebrio si cree que dispongo de tiempo o ganas de luchar con ramas de plástico). Voleo de ojitos hacia arriba, hacia abajo, giro de cabeza, mirada hacia el frente. Fin de mi respuesta.

Odio los árboles de navidad, las pelotitas que le cuelgan, las guirnaldas, las luces me dan miedo. Odio a la gente apelotonada tirando dinero en cosas inútiles. Odio tener que bañarme y vestirme bien. Odio a los hipócritas navideños que creen que serán perdonados por comprar un pan dulce cuando se mandaron cagadas todos los días del año (Boly, para vos, este año no hay navidad). Los villancicos me dan acidez. Odio cuando hacen planes incluyéndome y mi respuesta es siempre la misma: yo viajo.
Soy de las que a las 12 brinda con desgano y agua mineral en la copa, se calza el pijama y parte raudamente a la cama.
Lo que sí me gusta de la navidad es el pan dulce, los turrones con muchas frutas abrillantadas y secas. Claro que los puedo comer durante el resto del año, pero lo mejor es sentarse descalza, frente a un árbol ajeno (lejos de esas lucecitas infernales) y refunfuñar en contra de la fucking navidad.

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