29 de enero de 2009

(lo peor del amor)

Lo peor del amor, cuando termina,
son las habitaciones ventiladas,
el solo de pijamas con sordina,
la adrenalina en camas separadas.

Lo malo del después son los despojos
que embalsaman los pájaros del sueño,
los teléfonos que hablan con los ojos,
el sístole sin diástole ni sueño.

Lo más ingrato es encalar la casa,
remendar las virtudes veniales,
condenar a galeras los archivos.

Lo atroz de la pasión es cuando pasa,
cuando, al punto final de los finales,
no le siguen dos puntos suspensivos.
(Sabina)

20 de enero de 2009

Mis niñitos

Cuando Antonella nació me negaba a que me obliguen a ser tía a los 13 años. ¡Qué era eso que un pedazo de carne iba a vivir en mi casa!, ¡Vaya atrevimiento!. La tuve que amar nomás. Ella no hacía un gran esfuerzo. Era (y aún lo es) una niña tímida, ciertamente antipática.
Siendo muy pequeña rompió fotos de mi viaje a Nueva York. Me vengué destrozando todos sus chupetes anatómicos. Aquella vez me explicaron que no estábamos en igualdad de condiciones para una guerra.
Entendí que era la vida de mi hermana aquella siesta en que estando bajo mis cuidados se cayó con su andador 14 escalones. Recuerdo que prefería ser picaneada antes de escuchar los gritos de mi hermana. Al final me picanearon y además me gritaron. Actualmente me culpan por las torpezas de la señorita aduciendo secuelas de aquel golpe. Yo insisto en que su estupidez es propio de un ente bello. Sólo así se puede explicar que parada al lado de una cocina pregunte a grito pelado: “Mamá, cómo se prende esto”.




La experiencia con Matías fue diferente. A ese niño lo amé antes de conocerlo. Fue el primer sobrino que vi nacer. Viví el estado maltrecho de mi hermana después de la anestesia. Al verlo, Baby decía: “¡Qué chico tan feo!”, y era su hijo. Aquella vez supuse que el ochomesimo color moretón, peludo, sin forma de ser humano sería mi angelito. Actualmente es un volado, que apenas si sabe escribir, pero realiza increíbles sumas mentales con 9 años. Es el niño enfermo: asma, alergia al tabaco, a los ácaros, al poliéster. Alergia a la vida. Es el que se lleva la prueba para terminarla en la casa, el que vuelve con pullover talle 16 y se olvida su mochila todos los días (léase siempre) en la escuela. Matías es al que le ocurren todos los accidentes, desde la picadura de un bicho exótico hasta ser atropellado por un auto (esa vez no fui yo).
Alguna vez dudamos de sus capacidades y preguntamos sobre la posibilidad del autismo. El diagnóstico fue: Todo le chupa un huevo. No lo molesten. Ahí dejamos de mirarlo como una cosa rara.
Puede parecer ambidextro, pero agarra la lapicera con la mano que le queda libre, pues suele esconder piolín (su juguete favorito) entre los dedos para que mi hermana no lo descubra.
Una vez lo escuché vociferar que se quería morir, pues está vida no tiene sentido.
Es el sobrino preferido para llevar de compras, ya que sólo pide agua mineral e hilo, aunque el piolín es su perdición.







Francisco me agarró vieja. Ya andaba por mis 20 años y hastiada de la niña antipática y del raro.
Mi hermana suele gritar que su vástago es un castigo, la dejó deforme, gorda y lo peor, tiene un parecido increíble a mi padre. Gruñón, dominante, gritón, perfeccionista, burlista, mezquino.
Es el que agarra una porción de pizza y mira las que quedan, que también planea comerse. Grita cual marrano si alguien toca SUS cosas.
Guarda celosamente en una mochila desde jugos que se vencen escondidos, hasta figuritas repetidas y mira de reojo que nadie se asome a SU mochila. Es el que inicia las disputas de pareja, de hermanos y de familia.
Nunca pegamos onda con Francis.


Lucas fue un atragantamiento de mariscos. Se gestó entre alcoholes y tabaco. Mi cuñada se enteró, por accidente, que cargaba un niño al cuarto mes de gestación. Hoy tiene 5 años y le dicen el niño viejo.
Él todo lo puede hacer solo. Desde atarse los cordones hasta limpiarse el culo. Discute como un adulto y llora como una nena, aunque pega como un boxeador. Es el que tira la piedra y esconde la mano. El que agarra a cuchillazos el sillón y grita que hay que cambiarlo porque está viejo.
Él cree que su tía es bella y “fisicuda”, jamás me ve gorda.
Es un niño que me conmueve. Siento que, al igual que Antonella, me pertenecen. Éste también se parece a mí. Aunque tiene unos ojitos llenos de tristeza. Propio de un niño viejo.

Tomás ocurrió sin querer. Mi cuñada aduce que estaba distraída y que la culpa es de mi hermano. Natalia pasó dos navidades, dos cumpleaños, dos años nuevos y dos reyes preñada. Apenas guardaba su ropa de futura mamá y se ponía a dieta cuando Tomás ya andaba nadando en la panzota.
Este niño nos agarró a todos viejos. Es el que en las fiestas familiares luce sus poses más sensuales practicando el nudismo. El que lo orina a mi Bruno Alberto y al que a los gritos debo pedirle que le deje de morder las orejas a la salchicha.
Tiki Tiki, como intuimos que será su alias en un futuro prontuario, es un salvaje. Estamos haciendo el papelerío para que Satán lo reconozca.
Tomás es al que a grito pelado me llama PUTA, todo con mayúsculas. El que alcanza el cinto y pide que le peguen despacio.
Mi chiquito es el que cuando le digo “homosexual” me tira todo un discurso con groserías que ni yo conozco. Y si le digo que no lo quiero más responderá: No me importa, hace rato te dejé de querer.
Es un insensible absoluto. Sólo los animales le conmueven, sin embargo, no entiende que animales y encendedores no son compatibles.

Mis niñitos… no, la Real Academia no registró el nombre del sentimiento que tengo hacia ellos. Son más que mis sobrinos, son más que niños, son más grande que el amor, más bonito que la felicidad absoluta, más perfecto que alcanzar lo deseado. Son más que la vida misma, más que la proyección de mis hermanos, de la familia.
No, no… no hay equivalente en la ambigüedad del lenguaje para nombrar el sentimiento que me enseñaron mis niñitos.
Francisco, Antonella, Matías, Tomás y Lucas.









19 de enero de 2009

Del día en que todo parecía desarmarse

“Vení que la casa está toda abierta. Entraron a robar”. “Ignacio, mi hermano, siempre dando malas noticias”, pensé. Estaba en el diario y me negaba. No quería escuchar, como siempre hago cuando habla mi hermano. Me sentía aturdida y dije: “Ahí voy”. Y corrí, y quería llorar, necesitaba un abrazo. Avisé en el diario, pensé en venir con los de policiales y salvábamos una página, qué enfermita del laburo, digo ahora, pero lo pensé.
Corrí como nunca, la actividad física está vedada en mi vida de ociosa. Ningún remiss en la calle, y quería llorar, como cuando era una niña, como ahora que al sentirme desbordada lloro cual crío huérfano, llenándome de mocos, toda colorada, hinchada. Un infante.
En el camino sentía ira, odio, impotencia. Estaba trabajando desde las 8 de la mañana, mi papá está de vacaciones, la casa era mi responsabilidad, trataba de perdonarme aduciendo las miles de horas de trabajo. Toda la espalda contraída, las manos agarrando bronca, bien cerradas.
Empezar de nuevo, mi notebook, mi mp4, mi cámara digital, todos mis cachivaches tecnológicos, mis zapatos. MISSSSSS PROPIEDADES POR LAS QUE TANTO LABURO. Que tienen un valor que supera al signo pesos. Pensaba en los hijos de puta que te meten el dedo en el culo. Pensaba en mi casa, en los vidrios rotos.
Ya en el remiss, mientras me desmoronaba entre el llanto y la furia absoluta, lo que no quería se me ocurrió: La Salchicha. Ese animal es mi conexión con la vida, es el que me abraza, y me hice Católica Apostólica Romana y le pedí a Dios que esté mi salchicha. Y sufrí como hace 12 años cuando mi madre me abandonó, como hace algunos meses cuando entendí que el sujeto al que amaba me había traicionado. Y lloraba.
De nuevo necesitaba un abrazo. Mi papá llamaba y no lo atendí, yo tenía que analizar el daño para ver cuánto costaba remediarlo. Y cuando pensé en pedir ayuda la hablé a mi hermana, esa desquiciada que está siempre mirándome cuando deliro, que alza a sus tres críos y a su marido para venir a socorrerme siempre.
Y seguía en el remiss, esas 30 cuadras fueron un letargo. Imaginaba pasando la noche buscando casa por casa a mi salchicha, y le pedía a Dios, como nunca antes, que mi pseudo perfección se mantenga intacta. Y pensaba en las noches que llego a mi casa y La Salchicha se sube a la cama y me festeja, me baila y me abrazo y me quiere en su idioma perro. Y en ese instante sentí miedo. Del miedo que duele.
Pensaba cómo, cómo entraron en mi castillo de princesita donde me resguardo. Pensaba en el acto violento de encontrar mi orden destruido.
Cuando faltaba una cuadra no quería llegar, no quería encontrar mi nido vacío, roído, no quería sentir de nuevo que me robaban mis cosas.
Y lo vi a mi hermano, ese ser imperturbable, tan bonito, tan perfecto e intocable, impenetrable parado en sus fantasías de equilibrio. Y pregunté por mi salchicha, y en su morbo, su ironía, Ignacio me decía: “Quién se va a llevar esa basura”. Y corrí de nuevo, después lo mandaría a cagar, y encontré a mi salchicha, reprochándome, como todos los días, por las horas de abandono, con su alegría de cola inquieta y lo abracé y ya no necesitaba que alguien me consuele.
Mi castillito estaba intacto, sólo algunas hojas de la tormenta de la mañana, lo hacía ver desordenado. Porque el viento que trajo aquel follaje fue el mismo que abrió el portón y alertó a la vecina. Pero ese aire no pudo con todas las rejas, las puertas y los candados. Estaba todo como lo había dejado: la cama destendida, los zapatos del viernes sin su par, la jarra con dos copas sobre la mesa.
Y vi a mis dos hermanos: Ignacio tan bonito al lado de su camioneta tan modernosa que no la entiendo, Baby con mis sobrinos y su marido, esperando que a la nena le pase el horror.
El hermano mayor comenzó con la perorata de la alarma, de que soy una llorona. La hermana del medio preocupada por los gritos futuros de ese padre preadolescente que nos adolece. Y yo hinchada, colorada, asustada. Sintiéndome contenida por esos dos extraños que ni en la sangre nos parecemos (pero nos amamos en silencio) y abrazada a ese pedazo de carne de orejas gigantes. Todo mi pseudo orden de ideales estaba intacto. ¿El preadolescente que nos adolece?, bien. Gracias. De vacaciones.

16 de enero de 2009

Niñas viejas

(Permiso. Voy a ser cursi)





Los pijamas ahora son de satén. Las conversaciones giran en torno al sexo. Ahora hablan de proyectos, mas no de sueños.
Más cerca de los 30 que de los 15. Siendo grandes, recordándose lo que querían ser de chicas.
Jamón, queso, seven up, cerveza, pan lactal, pan árabe, un kilo de helado. Ahora pagado por ellas, sin dinero que sale de la billetera de papá. Luciendo los puchos que ya no deben esconder. Caminan solas a la despensa. Ya miden más de 1,40 y pesan bastante más que unas niñas.
Cotorreo incansables, voces sobre voces, gritos, chillidos. “¿Te acordás de…?”, y todas se ríen al unísono. Mamá y papá ya no les recuerdan que deben ir a la cama.
Traen el colchón de dos plazas. Ahora hablan de los jefes, de los compañeros de trabajo, del último que anduvo por sus sábanas. Ya no piensan en el boliche del sábado. La espalda comenzó a joder. Y la ropa se amontona en el placard. Todo cómodo. Se están poniendo viejas.
Faltan 3: la casada, la fiestera y la que estudia, pero esa es otra historia. Son 4 adultas, viviendo su pijama party número mil. Sintiéndose niñas. Conociéndose hace 15 años. Queriéndose hace 11.
La que es fonoaudióloga para entender porqué no la oían siendo niña, la abogada prolija de los zapatitos de niña y el andar “armadito”, la politóloga que se tropieza con su voz y la veterinaria frustrada que es comunicadora para querer menos a los animales. Y ese acontecimiento de niñas.
Lo disfrutan como hace 10 años, cuando los pijamas eran de algodón, papá las dejaba en la casa de la amiguita, hablaban de varones como entes extraños (aún lo son), planeando ser grandes, profesionales, esposas y madres.
Y se encuentran siendo principiantes, solteras y una con un perro. Siendo niñas viejas. Con la inocencia de la infancia, las curiosidad de la adolescencia, la idiotez de la adultez. Y sintiéndose plenas, sonriendo, gritando los recuerdos. Y sí, esto no tiene precio. Estas cuestiones de la amistad, de las hermanas que una elije, esas que nos permiten crear espacios donde el compartir no habla de mezquindades y no hay tiempo ni ganas de practicar la traición o la especulación. Siendo niñas viejas, que no se juzgan por haberse convertido en lo que son, sino que se aman y se respetan en el recuerdo, de la manera más pura. Aunque mañana se corten el teléfono, se recuerde que son unas pelotudas, y se dejen de ver por meses. El reencuentro será de niñas, ahora de pijamas de satén.


(No soy yo. La culpa es de ellas).


Mi cuarto, convertido en cualquier cosa.

15 de enero de 2009

Las rotativas


(De cuando el trabajo indeseado se convierte en el amante ideal, que agota y llena de placeres)

El tic- tac del reloj se desfigura y se traduce en un tac-tac con eco en la cabeza. 9 de la noche, traca traca traca, empiezan a girar las rotativas. Pienso: 6 páginas. 3 de la tarde, Israel ataca, no se doblega, Rusia pelea contra Ucrania, los europeos se cagan de frío, Cristina delira, Cristina anuncia que se podrá comprar maquinaria de industria nacional con créditos de tasa fija del 8%, Moyano se ríe del Indec, De Angeli confirma que Cristina tomó mal la medicación, Concordia amenaza con cortes, el Gobierno responde con amenazas de asambleas populares. Tac-tac, tac-tac… el reloj me apura. 6 páginas. 26 notas. 10 fotos. Diagramo, calculo, estimo que el jefe de redacción querrá lo que yo quiero. Fidel de cabeza a la 24, Gaza cabeza de la 25. Espero, tomo mate, salgo a fumar, me río. A las 9 se imprime, apurá. Las Torres Gemelas no pueden caer de nuevo, Siderar debe echar a los empleados antes de las 9. Obama asume el 20, no habrá novedades. Hamás acepta la tregua. “Al fin se dejarán de matar”. Error, 20 minutos después Hamás rechaza la negociación. El Líbano ataca, la ONU ruega por paz. Mierda, 5 de la tarde. Ponele onda, pienso. Todos los días son el mismo caos. La gente empieza a desparramarse por la redacción. 10 voces me aturden, el agudo del fondo me tiene mal, los practicantes chillan. Suena Gieco en la radio. Y Buzzi, el vicepresidente de la SRA, el presidente de CONINAGRO empiezan a gritar que las medidas son insuficientes. El celular duerme a mi derecha. Buenísimo, mi padre y mi hermana se olvidaron de mi. Carola me llama, chisme de último momento. Rusia ya tiene su lugar, China también, las FARC se acomodaron en la 24 abajo a la izquierda, Fidel se lleva la cabeza.
Esperamos por Gaza, nunca se sabe qué pasará mientras los humanos traman asesinatos en pos del poder.
7 de la tarde, 2 páginas hechas. Pienso en la sección Interior de la que me haré cargo el sábado. Los zapatitos me ajustan, las medias me dan calor, “correte, no entro, no ves que estoy gorda?”. Dicen que soy bipolar, tripolar, loca de mierda.
Yo pienso en los asambleístas, en el vestido divino que tengo que llegar a comprarme antes de las 10, pienso en la tesis que me pidieron que corrija, de qué mierda hablaba?. A mi izquierda comienza el tarareo del que no deja de coquetearme, mientras reemplazo el mate por café. 8, pero ahora de la noche. Me estiro, las vértebras amontonadas se acomodan, tac-tac. Dale, a las 9 se imprime. De Angeli ganó la cabeza de la 22. Esa la dejo para el último, el dólar y el Merval me llevan la vida. 8,30, empieza el correteo, correctoras, diagramador, van saliendo las páginas. Corro, todo mal con Gaza, Olmert se encabronó, le pintó lo bélico, vaya novedad!. Tendremos otro día de ataque sin tregua. Tac- Tac, tac-tac, tac- tac… ya termino. Ahí voy. Imagen de Gaza. “Qué buenas las fotos de Reuters”. La de Olmert sosteniendo el poder, todito todo, en su mano derecha. Esa queda.
Ahhhhhhhhhhhhhhhhh, 9 de la noche. El fin es similar al disfrute del orgasmo. La lucha de a dos (la máquina y yo, las notas y yo, el jefe y yo), la búsqueda del placer, ahí voy, ahí voy. Ya llego… a las 9 de la noche.
Después del apareo con la información, relajo absoluto, me prendo un pucho, me estiro, tomo agua. Cuánto placer. 6 páginas que mañana se convertirán en envoltorio de lechuga, como las relaciones nomás.
Después del placer absoluto, armo mi bolso, junto mis chirimbolos, pego dos o tres gritos más. “Cierto que es bipolar”, dicen los que se olvidaron de mi en mis silencios. Volvemos juntas con Grissel. Pero ya nada tiene sentido. Dejé a mi amante en la silla. Parece que me enamoré, el polvo que dura hasta las 9 me dejan colmada de placeres, el cuerpo reventado, la cabeza al borde de la embolia, y el espíritu regocijante de tantísimo apareo. Mañana vuelvo. Esperando que Olmert recapacite, que Cristina no vuelva a confundir las pastillas. Quiero mi silla de nuevo.

14 de enero de 2009

Día de Mierda


Hoy fue uno de esos días en los que te despiertan media hora antes de lo previsto. Días en los que te despabilan malas noticias. Que además te exigen llegar cuanto antes al trabajo. Día de mierda que le dicen.
Y cuando te consuelas con las muchas horas que aún quedan, la dieta te abandona. Esa factura de crema es como la manzana de los católicos, y este espíritu concupiscente cede a la tentación.
Fue uno de esos días en los que no hay que salir de la cama. Días en los que no hay trapos a mano para limpiar los anteojos, la balanza pesa lo que quiere y hasta la escuchas reír de placer, días en que se terminan los cigarrillos y en el kiosco del barrio sólo venden Le Mans.
Estimaba que en el diario el panorama viraría hacia el optimismo. Sin embargo en la entrada tenía la perorata de que soy una asesina serial, cual Petiso Orejudo, que mato a 6 millones de personas por convertirlos en fumadores pasivos. Y cuando mis últimas esperanzas comenzaban a armar las valijas, Cristina decide hacer sus anuncios a la hora que yo camino para dejar de ser gorda. Y a las 21,40 las ilusiones de componer el día se fueron a la mierda y me rendí al mal humor.
Y como si cenar triples de plástico embolsados con gérmenes, calorías y mugre, no fuese suficiente, en esta provincia con 43 grados produciéndome la gota gorda cortan la luz, para confirmar mi mala fortuna asomo el hocico a la vereda y en la cuadra, hay dos casas a oscuras, por supuesto, una de ellas es la mía.
Mi relajo consiste en prender el aire, escuchar música, y todo está directamente conectado a la energía eléctrica. A las 5 me espera el viaje indeseado a tuculandia y carezco de luz para bañarme, para dejar de sentir calor, para relajarme. La salchicha llora los 43 grados y como lazarillo se moriría de hambre, pues tengo que cargarlo para que no vuelva a caer por las escaleras.
Día de mierda, sin dudas ya no había soluciones.
Sin embargo las situaciones se pueden tornar en algo peor. Ya no podía descartar un terremoto e inclusive un maremoto en este desierto santiagueño. A falta de desastres naturales, tuve la visita de mosquitos caníbales aptos para sobrevivir con repelente en sus cuerpos. Y dormí con la salchicha pegada a la espalda, apantallándome con la bronca, prometiendo convertirme al catolicismo sino me dormía para llegar a la terminal.
Me desperté sudada, aturdida, mutilada. Me armé de esperanzas, suplicando que ahora, aquel martes de mierda no vuelva. Al menos por unos días.

¡Papá, comprame un novio!

Complicado ser mujer en el siglo XXI, en Santiago del Estero. Tanto o más, como lo fue en la edad antigua, en la feudal, en la guerra o quizás como lo será por el resto de la historia.
Freud teorizó sobre la histeria, pero con eso nada solucionó, sólo logró que germinen chistes y burlas que incluían ahora al útero, que no tiene culpa de haber nacido dentro de una hembra.
La liberación femenina no hizo más que crear nuevos problemas para una raza que aún no comenzaba a nacer.
Cocó Chanel destapó rodillas, y con ello los acosos se acrecentaron, los pervertidillos comenzaron a pulular.
La revolución hippie hizo creer que a las mujeres nos place el sexo libre, y ¡no señores!, las mujeres queremos amor. Si, si, si, de niñas dibujamos corazones pintados de rojo carmesí o del rojo que tengamos a mano, nunca dibujamos pitos ni gente fornicando.
En los baños escribimos mensajes de amor, a un no sé quién platónico. Por qué platónico!. En este mundo en que se nos hace creer que todo es asequible nada lo es.
La soledad tenía que ser femenina nomás. Maldito reconcomio que nos acompaña cual sombra siniestra, cual perro guardián… pero cómo explicarles que queremos amor y no mascotas.
El siglo XXI logró que nosotras, estas pobres Venus sin vello púbico escondamos lo que sentimos, por temor a ser tildadas de blanditas, de boludas.
Pretenden que confesemos que nos masturbamos, que nos tiramos pedos, que amamos los eructos, y si al fin de cuentas lo asumimos somos unas fétidas sin educación. Pero qué es lo que pretenden queridos caballeros?
Lograron crear un personaje de la mujer ideal, pero qué mierda se creen…las petisas, gordas, bigotudas quedamos fuera de ese proyecto, y lamento informarles que también a nosotras, las feas, nos habita el sentimiento del amor. Y nos tenemos que quedar con el más boludo de la jauría para no ser acompañadas por la maldita soledad, o bien, enganchamos algún ingenuo y nos jodemos para todo el viaje.
Yo no quiero liberación, no quiero ser una frígida, no pretendo cargar con esta histeria y jamás asumiré que me tiro pedos, así que: ¡papá, comprame un novio!. Quiero uno ideal: alto, rubio, ojos azules o morocho y cabrío, con dinero, proyectos, carrera, paciencia, dulzura y una excelente familia con honores. Eso quiero papá para mi cumpleaños: un hombre.

5 de enero de 2009

El grito de una madre que pide que su hija despierte en una sala velatoria debería ser parte de una pesadilla.
“Así es la vida” decía la chismosa del barrio, sin embargo eso era la muerte, que es parte de la vida, pero en la instancia en que carecemos del existir.
Y parada ahí lloraba a una casi extraña, por quien no sentía cariño alguno, pero esa madre, ese cajón, ese cuerpo de 24 años con un balazo en el pecho me dolía.
Los hijos deberían velar a sus padres, jamás a la inversa. El suicidio debería ser sólo una mala idea. Aquella bala no debería haber salido.
Algo nuevamente rompió mi habitáculo de ideales. Y no lloraba la muerte, sino la ausencia. Lloraba por el dolor sin nombre de aquella madre.
Alguna vez, en el pasado, vi a otra mujer velar a su hijo. Pero ésta no lloraba y aquel hijo también tenía un balazo, pero en su cabeza. En esa oportunidad también lloré. Lloraba por sentir que se desmoronaba de culpa ignorada el hermano del muerto. Y pese a mi mala memoria, lloraba porque recordaba que ese muerto era mi tío preferido.
Ya casi era una adulta y suponía que el dolor del hijo muerto diezmaba el alma de una madre. Sin embargo, mi abuela se mantuvo seca, tan lejana como es su costumbre cotidiana.
En el velorio de la joven suicida muchos trataban de descifrar las motivaciones. Yo pensaba en esa madre que me llamaba por el nombre de su hija, sin entender si al verme se refería a Fernanda viva o a aquella que yacía en el cajón.
A diario me pregunto cómo puede haber esperanza cuando el olor a clavel nos invadió. Cómo se puede anhelar la mejoría cuando las lágrimas pusieron nuestra boca salada, cuando el ojo confirmó la ausencia. Cómo se puede planear si el oído quedó herido de tanto susurro de dolor, y las manos acariciaron a aquella madre que no encontraba consuelo.
Y mi pequeña burbuja de perfecciones inventadas había estallado. Era un punto muerto donde el entender no tenía cabida. El olor a clavel ocupaba demasiado espacio como para intentar argumentar las ganas de dejar de existir. Y ya no importaba la muerte, sino el vacío que ese cuerpo había plantado. Y esa madre abandonada, que había llorado al parir y ahora se desgarraba ante el abandono.

Plásticas



Cruzó el océano buscando borrar líneas. En el cuarto contiguo la traicionada curaba el desengaño con un par de tetas nuevas y una lipo de paso.
Las cicatrices de la cirugía parecen mínimas, dando paso al placer absoluto de 15 años menos y una revancha hacia el engaño.
La europea despertó dolorida de una anestesia de cinco horas, con dos cortes detrás de las orejas y algunos puntos mágicos en sus ojos. La imagen que le devolvía el espejo era una barrabasada, sin embargo estaba embargada de tal felicidad ante la espera de los resultados que llegarán en hasta seis meses.
Quien las observaba hacía ecuaciones que incluían deseos, realidades, necesidades y al final, estética. No las juzga, sólo se sorprende.
La sorpresa remite al elegir sentir dolor, al elegir pasar postradas por semanas.
Quien observa, plagada de imperfecciones estéticas, sólo se pregunta si es necesario. Si lo sano no remite a aceptarse, que nada tiene que ver con la resignación.
También se pregunta si el beneficio es propio o sólo es un maquillaje más para el espejo de lo social, que mira y critica, pero jamás aplaude, a lo sumo se ríe… sólo si el pedo sonó fuerte.
Y las plásticas de sonrisas dibujadas, tetas quinceañeras, pululan desfilando ese cuerpo tallado a bisturí. Ya las hijas no se parecen a sus madres, a menos que lleven su foto al cirujano.
Y quien observa no pretende cuestionar el trabajo de perfección de este artesano moderno. Sólo se pregunta si es necesario.
Las tetas son una belleza. Las turgentes de las jóvenes y las alicaídas de las madres. Las arrugas hablan de haber vivido, de haber reído, reflexionado. Son marcas que manifiestan expresiones repetidas.
El cuerpo es un lienzo, quien observa se pregunta, porqué convertir el lienzo en carne de bisturí. Sólo se pregunta si es necesario.
El marido de la engañada no volverá. No se fue porque sus tetas se pusieron tristes y bajaron la vista. La traicionada no valdrá más ahora que la amante elegida.
La sociedad no aplaudirá la actitud de la traicionada ni lo vivirá como superación.
Dos látex importados invadiendo el cuerpo no debería ser festejado ni buscado.
Y las plásticas se pasean con soberbia ante las cicatrices ganadas. Cuando la ganancia debería ser el llevar con orgullo los cambios de un cuerpo que se muere mientras otras características nacen y se perfeccionan.
Después del quirófano vienen los hematomas, las incomodidades, las cremas, el conocer un rostro que no les pertenece, un cuerpo que quería tener 85 de contorno y ahora se despierta con 95 centímetros de látex.
Y lo plástico se impone, se usa. Las tendencias hablan de vanagloriar un cuerpo con formas de revista.
Y quien observa anonadada a la europea, a la traicionada que oyó gritar ante el abandono, se niega rotundamente a abandonar su nariz sin forma por algo simétrico. Se niega a despertar en un cuerpo armado que le es ajeno.
Los médicos deberían ser la última alternativa, no los creadores de dolencias.
La coquetería y el ignorar los estragos del transcurrir del tiempo, parece no tener precio.
Quien escribe desea que su abuela no parezca su hermana. Desea ver bustos que respondan a la gravedad. Quiere ombligos que recuerden la parte primera de la vida, no un asterisco dibujado en el vientre.
Quiere que la europea siga siendo bella, mostrando al espejo social que en sus 50 años sonrió, lloró, gritó. Quiere que la traicionada cure el desengaño en un abrazo.
Y mientras esas dos se relamen las nuevas heridas, otras planean la perfección dibujando frente al espejo, otras despiertan conociendo un nuevo rostro. Cuando un sentimiento jode el cuerpo pesa, pero ¿es necesario agregar más dolor al ya instaurado?.

Resumiendo

De qué hablar. Tras 14 días de pleno reposo la práctica se evapora. El oficio cotidiano me abandona.
Paisajes nuevos, viejas amigas, alcoholes, un poco de familia, otro poco de hombres, sumando kilos. Tanto y tan pocas ganas de buscarles una historia.
Hoy con frío y tiempo que sobra y mañana será escaso. A horas de volver a la rutina que me consume, a la dieta que es una constante.
A instantes de volver al pseudo escritorio desde donde veo pasearse al mundo entre bombas, ataques, discursos. Mientras me muerdo el lado izquierdo del labio inferior ante la barbarie que me conmueve.
“Resumiendo, sabés dónde estoy”. Sabina empieza a coronar las noches frente a la maquinola, a la derecha del cenicero con su correspondiente cigarrillo.
He vuelto, con los mismos dolores de espalda y parece que nada cambio. Sólo mi placard se engrosó. Con varios minutos menos de existencia.