31 de julio de 2010

Anaquel de zapatos



He recibido infinidad de regalos en mi vida, casi ninguno me gustó. Dicen que soy una cretinadesagradecida, sin embargo, juro que intento mentir, pero mi cara me delata siempre.
Creo ser básica, cuando quiero regalarme algo no puedo dejar de pensar en libros, zapatos, carteras y animales. Sin embargo la gente no coincide conmigo, dicen por ahí que soy demasiado complicada (no se de dónde sacan eso, ja!) y es así como he recibido pulseras (odio mis muñecas y mis manos en general), ropa (fea), muñecos de peluche (que deberían ser abolidos, sólo juntan mugre, ocupan espacio y sirven para nada), o cositas tecnológicas (no me gustan los regalos costosos).
Odio los collares, sólo uso un perfume, casi todos los maquillajes me dan alergia, detesto los elementos decorativos (kitsch), no uso reloj, adoro los lápices de colores, sólo uso una marca de aros, me gustan las lámparas, colecciono prendedores… es simple. Pero no, las personas se empeñan en darme objetos que irán a morir en un cajón u ocuparán la repisa de algún agradecido. Y no se trata del objeto, ni del dinero, sino del tiempo invertido en conseguir un algo que me haga sonreír.
En mi último cumpleaños hubo un regalo que no dejo de mirarlo a diario, un regalo que me fascinó, no por su valor económico ni por su originalidad, sino porque quien me lo dio estuvo atenta a mis necesidades (hace rato que quería uno de estos), porque se tomó el tiempo para pedirlo y hacerlo construir tal como yo lo quería y sobre todo, porque mi hermana tiene poco tiempo, demasiadas preocupaciones y deudas, y sin embargo sigue colaborando (como hace 17 años) en mi hobbie favorito (ordenar), sigue intentando que yo tenga todo lo que quiero (que es más de lo que necesito) aún en desmedro de ella y pensando que es un idiotez de mi parte tener tantos zapatos. Ella me regaló mi anaquel de zapatos real, que desde ahora encabezará el blog.
(Existen otro tipos de regalos, pero esos son otra historia, como también hay mucho por decir de mi hermana y esa también es otra historia)

27 de julio de 2010

Sobre el miedo

Fernanda sólo le tiene miedo a su persona. La oscuridad, el agua, las arañas, ni los dragones que escupen fuego la amedrentan. Mi persona es tan valiente que hasta suele ofuscarme el asunto. Sin embargo, hay una cuestión que me quita el sueño, me genera más acidez que la de costumbre y me tiene absolutamente aterrada.
En breve iré a una feria, una grande, de las de verdad (como si las otras fuesen mentira) y siento miedo.
Ni aquella vez que el auto volcaba conmigo adentro sentí tanto desasosiego como ahora, tampoco recuerdo haber sentido temor cuando volé (literalmente) por los aires mientras el cuatriciclo se estrellaba contra mí, pero ahora el asunto se me está poniendo negro. Y sí, me suena absurdo, es sólo una feria, pero tengo miedo.
Mi vida está lejos de poseer muchas estrellitas de éxitos y he sabido cargar con mis fracasos amorosos y familiares, pero los traspiés profesionales me resultan más complicados. Aún cuando mi proyecto de matrimonio se hundió y con él el amor, pese al dolor, me lo aguanté y hasta me perdoné, pero esto es distinto.
Por primera vez en mi vida estoy abrumada profesionalmente, y el pánico (ando por ese nivel de la escala timérica) me congela.
A diario me siento a diseñar la colección nueva, pero sólo he logrado hacer tres retratos de Bruno. Sigo ocupándome de pedidos que podrían esperar, de trabajos que debería haber postergado. Sigo dilatando el asunto y como si fuese poco, mis horas de sueño se reducieron drásticamente lo que me tiene con un humor de perros (no se a qué viene esta frase, mis canes tienen un buen humor maravilloso) y las ojeras por las rodillas.
Quizás me estoy poniendo vieja, quizás tengo demasiada presión y competencia (de la buena).
Quizás sólo estoy dramatizando, quizás he traicionado la regla de oro y estoy anteponiendo el ego. La dichosa regla de oro dice que vendo prendas y no un pedazo de mí y que los asuntos personales quedan fuera de las transacciones comerciales. Así es como manejo mi negocio, entendiendo que hay locales donde mis prendas no funcionan, lo que no significa que sean feas. Si bien en cada prenda se va un pedazo de mi (mis ideas sobre estética, mi gusto), procuro no tomarlo a pecho (que casualmente no tengo) y nunca antes había tenido un conflicto y este me está llevando a la ruina.
Me habían contado que sentir miedo no está bueno, que el temor paraliza. Y acá estoy, aterrorizada, esperando vaya uno a saber qué para despertarme de este letargo que seguro me conducirá a un fracaso y es lo que no quiero.




23 de julio de 2010



Demasiado frío para esta nostálgica.

16 de julio de 2010

Se dice de mí



Mi persona es una criticona, cruel e hija de puta con sus semejantes, además es una cara rota, porque pese a estar llena de defectos le divierte burlarse de cualquier ente que se le cruce delante de su nariz. En esos menesteres estaba con su par criticona favorita, Mariana, cuando por un instante intentaron imaginar qué pensaba la gente de ellas:


Mi Persona: (toda prolijita en su ropa de damita) Qué dirán de nosotras. Quizás dicen: Ahí viene la gorda antipática (yo) con su pareja (Mariana).

Mariana: (Vestida como hombre, con remera de publicidad y campera masculina, barata y fea) Con su pareja (ella) que también está hecha un lechón (y me tira besitos para no dejar dudas).

M. P: Y de Emanuel (marido de Mariana) deben decir “ahí está el turquito cara de gay que les sirve de pantalla a las gordas, seguro se plancha el pelo”.

M: (Mientras me lleva abrazada) y quién es la pasiva?.

M.P: Y yo, si mirá la pinta de hombre que tenés vos!.

M: No te gusta mi remera de domingo?.







Mariana y Mi Persona.

14 de julio de 2010

He matado a los pitufos.

Viajo más de lo que me gustaría, además de tener miles de posiciones para acomodar mi 1,78 en los asientos tengo todo un anecdotario de torpezas. La última fue por la ruta 9 cuando (como es mi costumbre de mujer desafortunada) se rompió el colectivo.
Además de enojarme con la ineptitud del chofer por salir en condiciones no aptas, tenía la soga al cuello con el tiempo, viajaba por trabajo y estaba llegando tarde.
El colectivo para a una hora del destino final, Mi persona baja enojadísima pero prometiéndose no expresar su furia, y como es una gordalechonaociosa que no le bastó con viajar sentada durante horas divisó un banco celeste y apoyó su humanidad, puso las piernas en posición sexo tántrico y se prendió un pucho. No conforme con estar comodísima quiso apoyar las manos en el banco que estaba recién pintado y no lo había notado. Furiosa se levantó, y descubrió que entre sus nalgas yacía una masacre de pitufos. Como era de esperarse explotó en insultos hacia el chofer, porque todo era su culpa, renegó por la ineptitud de los municipales que pintaron el banco y no dejaron la advertencia de “recién pintado”, y de paso cañazo mandó un par de groserías más al gil que le venía haciendo ojitos desde la terminal y se arriesgó a decir: “Nena, te ensuciaste todo el pantalón”.
Obvio que era pintura al aceite (no sale) y obvio que no llevaba otro pantalón.

13 de julio de 2010

Del trabajo

Trabajar para mujeres es un verdadero dolor de huevos. Soy una consumista que llevo todo lo que me gusta sin joder a nadie más que a mi economía, quizás por esto no entiendo cómo hacen las féminas para convertir la dicha del comprar en una tarea casi filosófica.
Los rollos inexistentes, la papada invisible, los mitos con respecto al negro (sabelo: si estás hecha un elefante no habrá negro que lo disimule, para el caso sólo debes evitar el gris), la ridícula búsqueda de la prenda usable todos los días, la absurda creencia de que si ajusta se esconde (gran error, el rollo censurado buscará escapatoria por la espalda o por las caderas) me agotan y me hacen llorar de tanto reír. Todos los días (literalmente) debo lidiar con consultas más indicadas para psicólogos o psiquiatras que para una diseñadora.
El “medite vos” no lo entiendo, se supone que a mi me quedará como a la que pretendo usarlo o sólo quiere burlarse de mi?.
Desde pequeña carezco de la virtud de la paciencia y la sonrisa no me sale fácil, a menos que sea un buen chiste o que esté enamorada. Sin embargo le pongo onda, intento explicarle que por más bonito que sea el vestido blanco a la rodilla, talle 38, si medís 1,50 y pesás 70 kilos no te va a quedar bien, ni a gancho, no hay forma. Seguro te entrará pero será un laburo extra sacarte de ese pobre atuendo.
Siempre tengo la que da vuelta los percheros, los figurines, se mide tres veces la misma prenda y termina diciendo: No tenés una como la que vos tenés puesta? Jajajajajajajajaja hija de puta!.
Tampoco me falta la absurda que pide una remera naranja en invierno, cuando el naranja es un color de temporada y hace rato que no viene ni vendrá, además de ser un tono detestable sólo apto para chaquetas de verdulerías.
Adoro el trabajo en el taller donde sólo debo tolerar preguntas técnicas de modistas, problemas con hilos y falta de ideas, pero el tener a una clienta que mientras me endulza me pide pelotudeces me genera acidez y si intenta contarme que se peleo con el novio se va todo al carajo, yo no pienso jamás de los jamases ser una pseudo psicóloga de extrañas.
Me fascina la parte de la conversación donde las hinchapelotas deliran y yo imagino (mordiendo la sonrisa) las barbaridades que podría contestarles.
También tengo la que me consulta con qué se puede poner tal cosa… acaso soy la madre?, la amiga?, el espejo?, el sentido común?, qué onda?, te regalo el círculo (bien gráfico) de colorimetría y podríamos ser todas felices.
Me divierten las modernosas que le ponen nombres de frutas a los colores. No, flaca!, el rojo es un color, el tomate no!. El ojo puede llevar al cerebro una infinidad de nombres aprehendidos sobre los colores, entonces por qué tenés que llamar ladrillo al simple terracota.
Realmente no entiendo a la que me consulta sobre mi vida íntima o personal, qué tiene que ver?, yo quiero que compres ropa no que salgamos el viernes y me llames por teléfono mañana para saber qué voy a almorzar, ya tengo amigas, gracias.
Y cuando llevan más de media hora preguntándome, midiéndose, lamentándose por el cuerpito que les dio la naturaleza (y ellas se encargan de alimentar), renegando por la nariz que vino en el envoltorio original o consultándome si necesitan una cirugía (justo a mí me vienen a preguntar) es ese momento donde siento una profunda pena por los hombres que se despiertan al lado de estas hinchapelotas.
Vivir de lo que me apasiona no tiene parangón y servir a mujeres (pese a que me generan acidez) me hace reír mucho. Quizás si entendiesen que el novio que las dejó no va a volver por usar una linda prenda o que seguirán sintiéndose frustradas aunque el vestido les queda precioso, las cosas serían mucho más simples, aunque también muy aburridas.