14 de febrero de 2012

Esta es una historia de Amor (sí, con mayúscula). Quizás la única que atravesó mi vida.
Es de esas historias en la que uno ama más que el otro. Una historia en la que el amado manipula al amador.
Martín fue mi amante. Joven, tierno, torpe, tan honesto y con un corazón gigante.
Él no temía confesar que aunque yo era insoportable me amaba.
Era esa clase de hombres que el ridículo no le acobardaba. El que me daba los abrazos más grandes y las caricias más sinceras. Yo también lo Amé, muchísimo.
Martín me amaba como yo quería que lo hagan: sin pedir nada a cambio, sin juzgarme, sin criticar mis caprichos.
No temía ser señalado como cursi.
Martín fue el único hombre que me amó.
Martín fue el primer hombre que destruí.
Ambos terminábamos el colegio. Él quería hacerme feliz. Yo quería emborracharme, trasnochar, “hacerme grande”. Él me tenía paciencia.
Yo le gritaba, lo corría. Él me tenía paciencia.
Después de todo el tiempo que él invirtió en mi felicidad yo seguía quejándome, reclamaba lo que siempre me sobró: libertad.
Y lo engañé. Él me perdonó, pero yo no pude entender su cariño y su bondad. Le grité que no lo quería, le grité que no me moleste, le grité que amaba a otro. Ese otro me conocía más, para ese otro yo era un objeto que debía poseer.
Con Martín comencé a perfilarme como la bruja en la que me convertí.
Algunas pasamos más de una década costeando el dolor producido.
Algunas elegimos bastardos para relacionarnos y nos quejamos de nuestra suerte, hasta que aprendemos que el azar en el amor no juega. Él eligió amarme a mí, yo elegí levantarme a cualquiera.
Cuando me fui Martín lloró, rogó. Él me amaba.
Un día él eligió olvidarme. Yo elijo recordarlo a diario porque es lo único que me queda de pureza.
De niña creí que no soy digna de recibir amor. Él rompió mi creencia y yo lo rechacé.
Sólo por el recuerdo de ese hombre es que creo en el amor. Tengo que creer que existen más como él.
Él fue un gran enamorado. El Amor tiene que existir.
Esta fue una historia de amor. Mi única historia de Amor.


Feliz día a todos los Martín.



Perdón.












11 de febrero de 2012

Estábamos solos en el local.
Yo con una lapicera en el pelo, ropa varios talles más grande, ojeras.

El sujeto husmeaba entre los percheros, olía muy bien. La camisa milrayas azul le calzaba justa.
Se acercó al mostrador, interrumpió mi papamiento de moscas y se atrevió a decir: ¿Querés salir?
Con la mirada busqué una cuchara, quería hacer un pozo, me asusté más que la vez que luché con mi frustrado asaltante. Con la voz dura y esta mirada parca que me caracteriza le dije que no. Ni un solo músculo se me movió para rechazarlo.
Los cinco metros que caminó hasta la salida fueron por demás incómodos.
Mientras lo veía irse quería decirle que me había arrepentido, que en realidad sí quería salir, pero que tengo miedo, que no quiero involucrarme, que estoy herida, que aún sueño con mi ex muerto, que hace apenas dos semanas logré dejar de usar mi antiguo anillo de compromiso.
El tipo sólo quería un café, yo me abrumé, definitivamente la mina que era ya no está.
Mientras lo veía irse sentí tristeza por mí.

8 de febrero de 2012

Tomás.








“Tía, ¿y si me muero?”
Tomás me ayuda a armar las vidrieras. Adora vestir a Carmela, el maniquí.
Tomás tiene la certeza de que soy bella. Dice que sus mujeres favoritas lucen como yo.
Tomás dice que me extrañó “un millón de mucho” cuando volvió de sus vacaciones.
Él disfruta su estadía en mi taller de costura. Elige los harapos más luminosos y se construye vinchas y mordazas.
“Mirá, puedo atarme esta tira en el cuello y morirme. Si me muero voy a poder estar con todos los perritos que la gente mata. Hay mucha gente mala en el mundo”.
Tomás tiene la voz más dulce del universo. Habla bajito, como si siempre quisiera decirte un secreto.
Tomás me llena de dibujos con mundos fantásticos.
Al igual que yo, adora a los animales.
Cuando aquella primera frase golpeó mis oídos sentí, por segunda vez en mi vida, que se destrozaba mi corazón. El pensar que mi niñito no esté me partió el alma.
Si vos te morís yo te voy a extrañar tantísimo que cualquier medida es chica. El mundo necesita niños como vos. Además sos lo que más amo.
“Yo también te amo. Está bien, tía Fernanda, no me voy a morir así me quedo con vos”.