14 de marzo de 2012

La dominante.

Cuenta la leyenda que de niña fui sobreprotectora y algo dominante. Para muestra sobra un botón: vivíamos solos con Boly (mi padre), el galán, mujeriego, adicto a las rubias oxigenadas. El muchacho trasnochaba en boliches, bares y antros a diario, con la mala suerte que la escalera de la casa desembocaba en mi habitación (como debe ser). Seguramente lo esperaba, no lo recuerdo. Muy probablemente contaba los minutos, olfateaba el auto acercándose, quizás me dormía suponiendo que llegaría. Y una noche le gané a Morfeo. Según recuerdan (no yo) salí a su encuentro al grito de “¡de dónde mierda vienes vos!”.
Tenía 11 años e infructuosamente intentaba educar a papá.
Hoy, 18 años después, sigue trasnochando y aún lo oigo subir las escaleras (a veces ebrio), lo hace con cuidado, creo que hasta se saca los zapatos para evitar escuchar a su hija-madre. Y yo entre sueños lo escucho y me sonrío recordando la historia.

9 de marzo de 2012

Cómo miden el tiempo los hombres.

“No tendrás dos horitas para escaparte de tu marido, si vamos a tomar un café nada más”. El flaco necesita dos horitas, nada de 45 minutos ni media hora.
Para ellos todo son dos horitas.
“En dos horitas lo resolvemos”.
“Dame dos horitas”.
Los relojes de los hombres vienen cronometrados de a 120 minutos. Casualmente es el tiempo que dura un turno de telo.

1 de marzo de 2012

Juego de coincidencias.

Ok, no debí haberlo empujado en mi insistencia por pagar el telo. Lo asusté. Pero flaco, pagas siempre vos. Hoy quería hacerlo yo y eso no significa que seas un prostituto (aunque haces muy bien tu laburo) ni un macho improductivo. Soy torpe, ya lo sabemos.
Y lo asusté nomás. Algunos dicen que mi independencia apabulla. Otros creen que lo que acobarda es mi vínculo con el dinero.
Tachemos a F.
Honestamente no me interesa el problema que tienes en la nariz o en las cuerdas vocales (perdón, no te estuve prestando atención) que no te permiten relatar tus entretenidos partidos de fútbol, la verdad es que no entiendo ni jota. Para mí las ligas son pornos y van en las piernas.
Además no te invité a dormir, hacé tu trabajo y retirate. Yo no quiero dormir con vos, me niego a tener una relación. Sos mi fija, eso te da derecho a compartir la cama un par de horas. No estoy interesada en tu mal aliento matinal.
Tachemos a E.
Si te dije dos millones de veces que estamos perdidos agarrad la puta Guía T y ubicanos. Si pones cara de “resolvé vos” vas a llamar a las bestias de la ira.
Y no, no tengo ganas de leerte ni media página de un texto que no me compete ni me interesa.
Tachemos a E (este es otro E).
La tienes chiquita, jamás lo confesaría. Te esfuerzas, eso es verdad, pero no alcanza. Nos vemos hace ocho años, y ya estoy aburrida. Prefiero quedarme a tomar mates con mi abuela.
Me caga de gusto cuando dices que me admiras, pero quisiera ser yo quien te admire.
Tachemos a A.
Prometes, prometes, prometes, pero te quedas dormido. Que el viaje, que el campo, que el jacuzzi del hotel no te gusta. Yo fumo de espaldas.
“Estás muy blanca, ¿por qué no tomas sol? Si me giro le apago el pucho entre los ojos.
Tachemos a I.
Se me están terminando los casilleros. Estoy liquidando las fijas.
Soy la que se queja por no entender a los hombres pese a haber sido criada por especímenes de ese género. Papá se esforzó por inculcarme independencia, me enseñó a poner cara de “te estoy escuchando”, me contó lo bien que se siente el ser halagado. Y no, no soy la clase de mujeres que buscan tipos similares a su padre. Electra no anduvo por acá.
Ambos salimos de caza, engañamos, envolvemos, nos mentimos. Él es mucho mejor que yo y tiene más recursos.
Siempre volvemos de madrugada, con una conquista más y un poco menos de esperanzas. Ambos creemos fervientemente en el amor, pero le huimos.
No busco un tipo como mi padre. Mi padre soy yo. La psicóloga tenía razón.