19 de enero de 2009

Del día en que todo parecía desarmarse

“Vení que la casa está toda abierta. Entraron a robar”. “Ignacio, mi hermano, siempre dando malas noticias”, pensé. Estaba en el diario y me negaba. No quería escuchar, como siempre hago cuando habla mi hermano. Me sentía aturdida y dije: “Ahí voy”. Y corrí, y quería llorar, necesitaba un abrazo. Avisé en el diario, pensé en venir con los de policiales y salvábamos una página, qué enfermita del laburo, digo ahora, pero lo pensé.
Corrí como nunca, la actividad física está vedada en mi vida de ociosa. Ningún remiss en la calle, y quería llorar, como cuando era una niña, como ahora que al sentirme desbordada lloro cual crío huérfano, llenándome de mocos, toda colorada, hinchada. Un infante.
En el camino sentía ira, odio, impotencia. Estaba trabajando desde las 8 de la mañana, mi papá está de vacaciones, la casa era mi responsabilidad, trataba de perdonarme aduciendo las miles de horas de trabajo. Toda la espalda contraída, las manos agarrando bronca, bien cerradas.
Empezar de nuevo, mi notebook, mi mp4, mi cámara digital, todos mis cachivaches tecnológicos, mis zapatos. MISSSSSS PROPIEDADES POR LAS QUE TANTO LABURO. Que tienen un valor que supera al signo pesos. Pensaba en los hijos de puta que te meten el dedo en el culo. Pensaba en mi casa, en los vidrios rotos.
Ya en el remiss, mientras me desmoronaba entre el llanto y la furia absoluta, lo que no quería se me ocurrió: La Salchicha. Ese animal es mi conexión con la vida, es el que me abraza, y me hice Católica Apostólica Romana y le pedí a Dios que esté mi salchicha. Y sufrí como hace 12 años cuando mi madre me abandonó, como hace algunos meses cuando entendí que el sujeto al que amaba me había traicionado. Y lloraba.
De nuevo necesitaba un abrazo. Mi papá llamaba y no lo atendí, yo tenía que analizar el daño para ver cuánto costaba remediarlo. Y cuando pensé en pedir ayuda la hablé a mi hermana, esa desquiciada que está siempre mirándome cuando deliro, que alza a sus tres críos y a su marido para venir a socorrerme siempre.
Y seguía en el remiss, esas 30 cuadras fueron un letargo. Imaginaba pasando la noche buscando casa por casa a mi salchicha, y le pedía a Dios, como nunca antes, que mi pseudo perfección se mantenga intacta. Y pensaba en las noches que llego a mi casa y La Salchicha se sube a la cama y me festeja, me baila y me abrazo y me quiere en su idioma perro. Y en ese instante sentí miedo. Del miedo que duele.
Pensaba cómo, cómo entraron en mi castillo de princesita donde me resguardo. Pensaba en el acto violento de encontrar mi orden destruido.
Cuando faltaba una cuadra no quería llegar, no quería encontrar mi nido vacío, roído, no quería sentir de nuevo que me robaban mis cosas.
Y lo vi a mi hermano, ese ser imperturbable, tan bonito, tan perfecto e intocable, impenetrable parado en sus fantasías de equilibrio. Y pregunté por mi salchicha, y en su morbo, su ironía, Ignacio me decía: “Quién se va a llevar esa basura”. Y corrí de nuevo, después lo mandaría a cagar, y encontré a mi salchicha, reprochándome, como todos los días, por las horas de abandono, con su alegría de cola inquieta y lo abracé y ya no necesitaba que alguien me consuele.
Mi castillito estaba intacto, sólo algunas hojas de la tormenta de la mañana, lo hacía ver desordenado. Porque el viento que trajo aquel follaje fue el mismo que abrió el portón y alertó a la vecina. Pero ese aire no pudo con todas las rejas, las puertas y los candados. Estaba todo como lo había dejado: la cama destendida, los zapatos del viernes sin su par, la jarra con dos copas sobre la mesa.
Y vi a mis dos hermanos: Ignacio tan bonito al lado de su camioneta tan modernosa que no la entiendo, Baby con mis sobrinos y su marido, esperando que a la nena le pase el horror.
El hermano mayor comenzó con la perorata de la alarma, de que soy una llorona. La hermana del medio preocupada por los gritos futuros de ese padre preadolescente que nos adolece. Y yo hinchada, colorada, asustada. Sintiéndome contenida por esos dos extraños que ni en la sangre nos parecemos (pero nos amamos en silencio) y abrazada a ese pedazo de carne de orejas gigantes. Todo mi pseudo orden de ideales estaba intacto. ¿El preadolescente que nos adolece?, bien. Gracias. De vacaciones.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No te debes aburrir nunca !!!

Fernanda. dijo...

Emesor: La diversión nada tiene que ver con el sentimiento de miedo. Me aburro como ostra, en ocasiones. Anduve por tu blog. Me gústó.