16 de enero de 2009

Niñas viejas

(Permiso. Voy a ser cursi)





Los pijamas ahora son de satén. Las conversaciones giran en torno al sexo. Ahora hablan de proyectos, mas no de sueños.
Más cerca de los 30 que de los 15. Siendo grandes, recordándose lo que querían ser de chicas.
Jamón, queso, seven up, cerveza, pan lactal, pan árabe, un kilo de helado. Ahora pagado por ellas, sin dinero que sale de la billetera de papá. Luciendo los puchos que ya no deben esconder. Caminan solas a la despensa. Ya miden más de 1,40 y pesan bastante más que unas niñas.
Cotorreo incansables, voces sobre voces, gritos, chillidos. “¿Te acordás de…?”, y todas se ríen al unísono. Mamá y papá ya no les recuerdan que deben ir a la cama.
Traen el colchón de dos plazas. Ahora hablan de los jefes, de los compañeros de trabajo, del último que anduvo por sus sábanas. Ya no piensan en el boliche del sábado. La espalda comenzó a joder. Y la ropa se amontona en el placard. Todo cómodo. Se están poniendo viejas.
Faltan 3: la casada, la fiestera y la que estudia, pero esa es otra historia. Son 4 adultas, viviendo su pijama party número mil. Sintiéndose niñas. Conociéndose hace 15 años. Queriéndose hace 11.
La que es fonoaudióloga para entender porqué no la oían siendo niña, la abogada prolija de los zapatitos de niña y el andar “armadito”, la politóloga que se tropieza con su voz y la veterinaria frustrada que es comunicadora para querer menos a los animales. Y ese acontecimiento de niñas.
Lo disfrutan como hace 10 años, cuando los pijamas eran de algodón, papá las dejaba en la casa de la amiguita, hablaban de varones como entes extraños (aún lo son), planeando ser grandes, profesionales, esposas y madres.
Y se encuentran siendo principiantes, solteras y una con un perro. Siendo niñas viejas. Con la inocencia de la infancia, las curiosidad de la adolescencia, la idiotez de la adultez. Y sintiéndose plenas, sonriendo, gritando los recuerdos. Y sí, esto no tiene precio. Estas cuestiones de la amistad, de las hermanas que una elije, esas que nos permiten crear espacios donde el compartir no habla de mezquindades y no hay tiempo ni ganas de practicar la traición o la especulación. Siendo niñas viejas, que no se juzgan por haberse convertido en lo que son, sino que se aman y se respetan en el recuerdo, de la manera más pura. Aunque mañana se corten el teléfono, se recuerde que son unas pelotudas, y se dejen de ver por meses. El reencuentro será de niñas, ahora de pijamas de satén.


(No soy yo. La culpa es de ellas).


Mi cuarto, convertido en cualquier cosa.

4 comentarios:

El tano dijo...

¿Me dejás que te aplauda?

clap clap clap

Fernanda. dijo...

Qué bonito. Gracias. Me hiciste poner colorada.

Lorena Tapia Garzón dijo...

Hermoso relato, Fer. ¿Será que me siento un poco (mucho) identificada? ¿Me invitás al próximo pijama party? Besos, muchos.

Fernanda. dijo...

Dale Lore, este año te visito y nos armamos un pijama party. Lo hermoso es no abandonar esas prácticas de niña aunque cueste arrastrar el colchón. Es lindo tenerte de vuelta en las lecturas. Así te siento cerca (o menos lejos).