23 de junio de 2009

24 de Junio


Había una vez, hace más de dos décadas, una nena que… no, no. Corría la década del 80. ¿Corría?, ¿Qué es eso?, ¿Desde cuándo las décadas se echan un pique?. Fue por el ochenta y algo… no, no.

(Mierda, no haberme dedicado a otro menester).

Como sea. Nací una noche de mucho frío, cuentan que este mundo me recibió entre demasiadas lágrimas (mías), pero nadie preguntó si la niña estaba triste.

Después de 20 y tantos años me sigo encontrando por las noches, preferentemente entre bufandas y medias de lana y siempre llorando. Dramatizando sobre lo que pude haber sido y no fui, sobre lo que debí decir y no dije o viceversa.

Como sea. Nací un 24 de junio, de una madre que no debió tener hijos, de un padre que no superó la adolescencia, con dos hermanos que adolecían a sus padres. Pero recuerdo que esa familia tenía un perro, El Capitán, ¡ese muchacho vaya que me caía bien!

Tengo la certeza de que no quería salir de la panza de mamá, juro que nunca antes me había sentido tan segura como en ese lugar. Mi madre intuyó lo mismo, y me tuvo en su regazo, muy protegida, hasta que un día se olvidó y se fue, pero esa es otra historia.

Cuando era pequeña este mundo no me parecía simpático, así que prefería quedarme quietita leyendo, pensando que en otro momento la pasaría mejor. Mamá y papá estaban ocupados en sus mentiras y discusiones, que a mi me interesaban de sobremanera.

Soplé muchas velitas, pero lo único que me gustaba de los cumpleaños eran los regalos, porque si bien no fui tímida, la sobreexposición me crispa los nervios. Ya de niña tenía humores raros. Además me habían contado que un objeto adentro de un papel ruidoso esconde las tristezas.

Nací en un hospital, mamá y papá no tenían tiempo de preveer mi nacimiento, trabajaban largas jornadas.

Me cuidaron tanto para que nada me lastime. Pero hubo un quiebre que se produjo aquella mañana en que me levanté sin mamá y entre todas las opciones que tuve elegí la de probar si algo podía doler más que el abandono.

Así me enredé con diferentes sujetos, jugaba a ver cómo se sufría y me aprendí todos los discursos, probé con tantos, tantos, que me aburrieron.

Y así seguí soplando velitas, aunque hubo ocasiones en las que ni siquiera había torta, no por falta de dinero (ojalá) sino, simplemente porque estaban ocupados trabajando.

Cuando soplaba repetía mis tres deseos (nada originales): Ser feliz, ser feliz, ser feliz. Hasta me tatué la frase para no olvidarla, pero está en la espalda y no la veo. Siempre necesité que alguien me la susurre desde atrás, sino lo olvido.

Desde que llegué a este tiempo muestro mi disconformidad llorando, aún, 20 y tantos años después sigo usando el mismo truco, cada vez con menos resultados satisfactorios. Aunque he aprendido a dejar las lágrimas para las noches en la que el desencadenamiento de las situaciones duelen de verdad.

En estos 20 y tantos años aprendí a construir un personaje, pocos conocen mis verdaderas tristezas, pocos saben lo que me genera dolor y salvo excepciones, son los que más heridas provocaron.

Y pese a que este mundo dista de ser mi preferido, he nacido con una característica que amo: la esperanza. Que además de ser lo último que se pierde es lo único que me mantiene viva. Y es la que me recuerda que la experiencia está sobrevalorada.

En estos años he intentado infinidad de veces comprender el mundo en el que me metieron, pero siempre fallo.

Cada 24 de junio es un mal día. Odio mi cumpleaños, porque además de sentir que me estoy poniendo vieja (cosa que no me preocupa sino por el hecho de que la parca se quiere hacer amiga) me persigue la idea de que no habrá torta y yo aún quiero pedir mis tres deseos, solo que este año serán distintos (no por eso originales), este año quiero llorar menos, pensar menos y amar al indicado.

Porque aprendí la lección, nada duele más que el abandono.

22 de junio de 2009

De puchos


Kilómetros de tinta se han escupido sobre la afición de fumar, el vicio del pucho. Soy una fumadora social, una fumadora postcoital, una ebria fumadora, y puedo no tener comida, pero jamás me faltará un paquete de Marlboro Box. Yo simplemente fumo para no matar gente, porque los abrazos también me relajan, pero de eso no venden en el kiosco.

17 de junio de 2009

Cuando la tristeza amenaza la cordura ordeno objetos. Frenéticamente tipifico colores, formas, texturas y evado.
Entre el orden quedan algunas lágrimas caóticas que encontraré la próxima vez que la tristeza me sorprenda.

14 de junio de 2009

Canción de Domingo V

Más guapa que cualquiera



Se llamaba Soledad y estaba sola
como un puerto maltratado por las olas,
coleccionaba mariposas tristes,
direcciones de calles que no existen.
Pero tuvo el antojo de jugar
a hacer conmigo una excepción
y, primero, nos fuimos a bailar
y, en mitad de un "te quiero" me olvidó.
De Esperanza no tenía más que el nombre
la que no esperaba nada de los hombres,
coleccionaba amores desgraciados,
soldaditos de plomo mutilados.
Pero quiso una noche comprobar
para qué sirve un corazón
y prendió un cigarrillo y otro más
como toda esperanza se esfumó.
Por eso, cuando el tiempo hace resumen
y los sueños parecen pesadillas,
regresa aquel perfume
de fotos amarillas.
Y, aunque sé que no era
las más guapa del mundo... juro que era
más guapa que cualquiera.
Se llamaba Inmaculada aquella puta
que curaba el sarampión de los reclutas,
coleccionaba nubes de verano,
velos de tul roídos por gusanos.
Pero quiso quererse enamorar
como una rubia del montón
y que yo la sacara de la
"calle de los besos sin amor"
Y, mil años después, cuando otros gatos
desordenan mis noches de locura,
evoco aquellos ratos
de torpes calenturas.
Y, aunque sé que no era
la más guapa del mundo, juro que era
más guapa, más guapa que cualquiera.

11 de junio de 2009

No son los días de frío cuando más extraño tener a un alguien, ni los domingos. Tampoco lo extraño durante las noches de insomnio ni los días que son un letargo. Sólo suele ocurrir una vez a la semana, generalmente por la noche, casualmente los días que voy al supermercado extraño estar junto a alguien, que son esas noches en las que las bolsas se amontonan en la vereda y las tengo que hacer entrar sola.

1 de junio de 2009

100 años de preguntas


Color de muerte, giba, bastón. Y una pregunta más cerca del final. Una presencia no obligada, donde los debería ya no existen.
Ser hombre significa preguntarse. Y ahí está. Quizás faltándole 15 años para el centenario.
Las noches son más largas, los días más cortos. El bastón que colabora en el andar, los huesos roídos, la mente lúcida, invadida de preguntas.
La torpeza me pregunta: Por qué un hombre de 85 años tendría ganas de trasladarse con algunos grados sobre cero para oír sobre dos desesperanzados. Qué aprender de unos sujetos tan asqueados del iluminismo cuando la muerte anda rondando.
Se sitúa, su Da-sein está siendo, único, sin esencia, sólo experiencia. “Nietzsche tiene cierta ironía hacia Descartes”, comenta el centenario, y él se sonríe ante la mano escuálida que lo invita, pero la ignora.
Aún quiere oír, aunque más no sea de aquello que conoce.
Se pasó su vida entre tubos de ensayo siendo bioquímico, preguntándose qué haría a sus 85 años.
Combinado al detalle, moderno, el bastón parece sólo un accesorio de su caballerosidad.
Por instantes escapa de mi campo visual, imagino que va a pedirle un poco de tregua a la muerte. Vuelvo fortalecido, con más preguntas. Siendo a partir del lenguaje-lengua-habla, Saussure. Siendo un ser occidental, con la predominancia de la racionalidad.
Sintió el olor a muerte de Hiroshima y Nagasaki, vio a los americanos revolcarse entre trincheras ajenas en Vietnam, oyó a un delirante hablar de capas que protegerían al mundo de ataques socialistas, palpó los aconteceres de Bahía de los Cochinos, pese a todo, le quedan ganas de ver, oír y palpar algunas otras partes de la historia que lo encontraron distraído.
Persevera olvidándose de las diez posibles razones para la tristeza del pensar.
El pensar es pesar, y en la suma aparentemente valió la pena. Pensar es memoria, y este hombre vaya que la tiene.
Nos encontramos en la vuelta a lo originario, revalorizando lo emotivo. Pero no, no nos encontramos. Yo sólo lo miré, lo admiré, lo amé, lo interpreté, pero no le pregunté.
Somos temporalidad, quizás ese enunciado lo haya trasladado, quizás percibió que su tiempo se acababa y considerando que Dios ha muerto, tal vez fue a preguntar a dónde iría.