9 de mayo de 2009

Hija del divorcio


Cuando mamá decidió dejar a papá dolió. Fue hace 15 años y lo que picaba era la mirada de terceros, porque después de todo, la vida sigue girando, con mamá y papá odiándose juntos o separados. Pero era una niña, en un colegio de monjas y la mirada era severa. La inmoralidad en la que vivía me la recordaban con preguntas que teniendo 11 años no podía contestar y me negaba a entender.

Fui la primera en el grado, pero la situación se multiplicó. 15 años después me llamo hija del divorcio.

El 89 además de Alfonsín, la hiperinflación, Menem y sus camisas lujuriosas de Versace, se trajo consigo la década del 90 y su moda del no anillo y marcó la tendencia de los portazos, donde la familia tradicional dio paso a una maratón de niños y adolescentes con demasiadas preguntas y algunos vacíos, y con la mirada inquisidora de la puritana adult(e)o(ra) que conservaba a su odiado marido.

Las reuniones del colegio eran curiosas: 30 mujeres que representaban a sus niñas de bien y mi padre irrumpiendo en ese escenario femenino, por quien las amas de casa se peinaban y lucían sus mejores trajecitos. Pese a su cobardía Boly juntó coraje y le avisó a Baby (mi hermana, madre suplente) que se sentía acosado. Su hija del medio decidió que nadie se acercaría a su padre y desde entonces fue ella mi tutora (mi tortura).

Aún cuando el divorcio fue común, mi situación familiar era extraña. Yo vivía naturalmente el que papá me ayude a elegir ropa y me pase los pantalones en el probador, sin embargo, había un afuera, que hacía el dolor de la situación no elegida, más jodida. Esa mirada fue fuerte por muchos años, aún cuando la camada de hijos del divorcio había logrado taponear los huecos existenciales y muy pocas preguntas encontraron su respuesta.

Así nacimos los hijos del divorcio, esos que tenemos un miedo latente de sentir el abandono de nuevo, esos que nos aferramos a los vínculos porque el vacío duele y sobretodo, los que crecimos con una mirada del afuera de dedos acusatorios, como sí sólo fuesen ellos los que deseaban que mamá y papá nunca se hayan separado.

2 comentarios:

Pablo dijo...

YO creo que es al revés, los hijos del divorcio siempre son más felices cuando son grandes. POr supuesto, todo tiene que ver con el clima de la separación. Pero la idea e sluchar siempre por esa felicidad.

Fernanda. dijo...

Prefiero pensar que los hijos de divorcio buscamos ser más felices que nuestros padres, algunos antes, otros después. Pero tenemos un vacío y una mirada que jode.
Gracias por venir.
Besito.