5 de diciembre de 2008

Viernes

1.24 horas. Viernes. Símil camisón de extraños breteles. Medias rayadas azules. Lapicera sosteniendo una larga cabellera inédita en mi persona. La salchicha pegada, literalmente, a la parte izquierda de mi cuerpo. Aire acondicionado a full. Manos congeladas. La situación se desarrolla en la cama, de dos plazas, para la salchicha y para mí. Suena el teléfono, atiendo. Diálogo absurdo:
M. Fer, llevame ropa para ver qué me pongo para la cena de mañana.
F. Mariana ponete el vestido. Ponele onda.
M. (Con gritito de niña caprichosa). ¡Sabes que no me siento cómoda con un vestido!.
F. ¡Ponele onda loca!. Parecés una vieja de mierda. Para qué querés que te lleve medio placard si vos no te querés vestir bien.
M. ¡Yo si le pongo onda!. Llevame esa remera roja con mangas grandes.
F. (Resignada) Te dije mil veces que tal remera no existe en mi placard.
M. Bueno lleva ropa así me dices qué me pongo.
F. (Ante el temor de que se desencadene la discusión número un millón en estos 15 años de amistad). Bueno Mariana, mañana te llevo la mitad del placard.

Fin del diálogo.
Símil camisón de extraños breteles. Medias rayadas azules. La salchicha duerme adherida a mi pierna izquierda.
Viernes, soltera, 26 años. Tristísimo. Charla absurda. Voy a bombardear el placard plagado de ropa que no uso. Pienso: debería comprar más camisones y menos vestidos.
Rozando el patetismo. Tristísimo. Pienso de nuevo: Hace algunos meses atrás la cama era para tres. La pasaba como la mierda.
Y sigo pensando: Qué maravilla esto de que la cama haya quedado sólo para la salchicha y para mí.
Reflexiono: ¡Linda che la soledad cuando hace compañía!.

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