8 de noviembre de 2008




Reposa sobre la pared, y cuánto se me parece. Es como un ícono de mi alacena mental, además de ser el espacio donde amontono todo lo que considero querible (más allá del objeto).
También se parece a la imagen que me devuelve el espejo.
Sus espacios están perfectamente dispuestos para cada ejemplar. Infinidad de libros, estacionados por géneros, tamaños, más no formas se acumulan y en ocasiones me llaman.
La diseñé en la pared en blanco y me divertía observar al señor de las maderas trasladar aquel esqueleto a la escala de un cuaderno escolar.
Tomos de la Real Academia, Jaime y Simón, Barthes, La Storni, Arlt, un par de botas grises, proyectos de diseño, mi amontonamiento de botones, “la cosmo”, el compendio de las National Geographic anglosajona, 15 cajas de zapatos, moldes hecho con torpeza, un par de cd´s, la expendedora de música analógica, una caja de acuarelas (auque ya las abandoné), la valija de Plaza Sésamo, cajas con huellas de la memoria que carezco, un muestrario de telas, mi títulos amontonados. Infinidad de cachivaches que hablan de mi: la meticulosa, la diseñadora, la frívola de los zapatos que se conmociona con retacitos de memoria. Plagada de libros que me transportan a Villa Mariano Moreno, 20 años atrás, y a mi abuela.
Es mi espejo, en ese caos con mi orden, naranja, recortada, algo dispersa.

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